Publicidad

Fronteras agresivas

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Piedad Bonnett
07 de noviembre de 2015 - 05:57 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Veníamos de un evento académico en los Estados Unidos, y por motivos climáticos, después de casi siete horas de espera, nuestro vuelo, que haría después escala en Houston, fue cancelado.

 

Éramos seis, entre escritores y periodistas, gente de paz alicaída en ese momento por la espera y el repentino contratiempo. Nos dirigíamos mansamente por un pasillo a recoger las maletas, sin saber muy bien qué haríamos para llegar a nuestro destino, cuando un guarda norteamericano, iracundo, empezó a manotear a nuestras espaldas con ese despectivo gesto con que se espanta a los perros, gritando, sin parar, una docena de veces: ¡fuera! ¡fuera! Motivo: ninguno. Íbamos por un sitio permitido, sin obstruir a nadie. Como nos giramos estupefactos, preguntando airados por qué se nos trataba así, el energúmeno acercó toda su humanidad a unos escasos centímetros de uno de nosotros, mirándolo a los ojos y agrediéndolo con esa envalentonada cercanía, ahora en un silencio amenazante. Nos alejamos, pues, con esa impotencia que causa el abuso de poder, preguntándonos qué puede haber en la mente de un tipo con tanto odio.

Recordé entonces la expresión “el muro en la cabeza”, que se usó para hablar de aquellos que no pudieron aceptar internamente la caída del muro de Berlín y siguieron actuando como si éste siguiera en pie. Porque la actitud de ese guarda revelaba un muro mental que se encarga de recordarnos que nosotros somos “los otros” y que él es el representante de un orden donde se nos acepta sólo si a “ellos” les da la gana. Discriminación y desprecio por los que considera “distintos”. De hecho, mucha gente siente un malestar enorme a la hora de entrar a los EE.UU, porque a menudo detrás de la aparente corrección de los funcionarios hay actitudes agresivas. Hasta los guardas de origen hispano, en un extraño fenómeno de asimilación al país que los empodera, actúan con “un muro en la cabeza” contra la gente de su misma cultura.

Uno se pregunta a qué hora el mundo en que vivimos se convirtió en un lugar lleno de barreras físicas, algunas francamente hostiles, (el muro que separa a israelíes de palestinos, las alambradas que detienen a los migrantes sirios en Hungría, la barrera metálica erigida entre USA y México, la muy reciente de la frontera colombo-venezolana) y también de barreras invisibles, representadas en exigencias burocráticas de todo orden para ir de un lugar a otro. La frontera —lugar siempre problemático, hay que decirlo— dejó de ser un espacio-puente y se solidificó como barrera. Incluso ahora que ya no tendremos que padecer la tramitología para acceder a una visa Schengen, estamos expuestos a tener que demostrar que somos ciudadanos de bien, que tenemos recursos suficientes, trabajo fijo y motivos muy concretos para viajar.

Tal vez no haya una representación más diciente de la ira y la impotencia que causa la prepotencia implícita en ciertas barreras, que las piedras que los jóvenes palestinos arrojan al muro que los separa de Israel. Piedras que quieren ser, antes que agresión, reclamo. Ahora los lanzadores de piedra tendrán una pena mínima de tres años de prisión. Porque, como se sabe, el poderoso siempre tiene la sartén por el mango.

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.