Con El Quijote desaparece de la literatura la figura del héroe clásico, un personaje sin fisuras, que jamás duda de sí mismo ni de la importancia de su tarea, y que se enfrenta con voluntad y coraje a un enemigo en nombre de una causa. El héroe épico es Aquiles, el Cid, el caballero andante. Don Quijote, en cambio, es, en cierta forma, la caricatura de ese héroe. Un hidalgo empobrecido que se empeña en ser un adalid del bien y la justicia en un mundo donde ya no cabe lo heroico. Un soñador al que apalean los molinos de viento, y que en el fondo duda del personaje que se acaba de inventar. Tan es consciente de su locura, que sale a su aventura por la puerta trasera y antes de que amanezca, no sea que lo detengan el ama y su sobrina. El mundo posmoderno se encarga en el XX de reencauchar la figura del héroe, en el comic y los juegos de simulación, pero como fantasía de lo que ya no existe.
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Cada tanto, sin embargo, el héroe clásico reaparece en la vida real, cuando alguien arriesga su vida por una idea, para salvar a un niño o a una comunidad. A su manera, Alekséi Navalny también fue un héroe. No todo en la trayectoria de este líder ruso, un abogado que siendo muy joven propendía por un gobierno liberal y democrático, es digno de admiración. Fue expulsado de Yábloko, el partido de oposición donde militaba, pues su inicial nacionalismo lo emparentaba con ciertos movimientos ultraderechistas. Cayó, en efecto, en comentarios xenófobos. Poco a poco, sin embargo, Navalny comprende que la cuestión no es por ahí y va dando un giro. Desde 2010, se concentra en denunciar el desgreño oficial y la corrupción del régimen y de las élites que lo apoyan, causas de la miseria del pueblo ruso. Es entonces que nace el líder cuya muerte el mundo lamenta hoy, que se hace la figura más visible de la oposición: la que reta al poder desmesurado de Putin y su pandilla. Empiezan la persecución, los encarcelamientos, el intento de envenenamiento, y, finalmente, su muerte, que todo el mundo interpreta como un asesinato. Pues, aunque haya sido natural, como dicen los médicos, se debió al deterioro de su salud por su reclusión en una cárcel del Ártico, viviendo en las peores condiciones y condenado a 19 años de cárcel. Lo que convierte en héroe a Navalny es su valentía, su obstinación, su forma de asumir el riesgo, que lo llevó a enfrentar a un régimen tiránico, y a volver a Rusia a sabiendas de cuál sería su suerte. Erigirse en mártir fue su opción.
A Julián Assange, aunque de una manera distinta, pues no tiene el aura mística y romántica de Navaly, también podríamos llamarlo héroe. Su causa es la verdad, pues a través de Wikileaks pudo denunciar los atropellos de los Estados Unidos en operaciones en Irak y Afganistán y el ocultamiento de los hechos. Desde hace 13 años, su osadía de enfrentar un poder oscuro condenó su vida al confinamiento, con secuelas graves para su salud mental. En Estados Unidos, que lo acusa de espionaje sin tener en cuenta que atenta contra la libertad de información del periodismo, podría purgar 175 años. Sería un mártir de la comunicación, aunque no se propuso serlo. Dos hombres, relativamente solos, han enfrentado sistemas antagónicos pero capaces de arrasar cruelmente a sus adversarios.
PD. Adiós triste al entrañable Rodrigo Pardo.