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Historias de mujeres

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Piedad Bonnett
25 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.
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CONOCÍ A GLORIA INÉS CUANDO SE recuperaba de la reconstrucción del rostro que le hizo un cirujano plástico. Producía dolor ver a esta joven mujer, madre de un niño, de cara al techo y sin poderse mover, llena de tubos y vendajes, con los labios y las mejillas hinchadas, respondiendo con una sonrisa dolorida a nuestras preguntas.

Gloria Inés no podía vernos, porque quedó ciega. Y ese penoso postoperatorio era, a pesar de la dificultad, un hecho feliz, pues le significaba recuperar su rostro, y la esperanza de reincorporación a su comunidad, de la que se aisló para evitar el rechazo.

Gloria Inés puede simbolizar a muchas mujeres de este país, pero sobre todo a las del Putumayo, región donde la violencia intrafamiliar, de guerrilla y paramilitares es enorme: se calcula que un porcentaje altísimo de madres ha perdido en promedio dos hijos, y que la mitad de la población desplazada es femenina. Un disparo en la sien quiso callar a Gloria Inés, su valentía, su defensa de la tierra y su liderazgo. De la orilla del río donde fue atacada la recogió un amigo que la llevó a Puerto Asís, ciega, desfigurada y sin posibilidades de recuperar su finca y sus cultivos. Encerrada en una casa de madera la encontró Martine Vandoorne, la persona que me condujo al cuarto donde se recuperaba, en la Embajada de Francia. Martine, como saben los que la conocen, es una mujer de una energía enorme, graduada de literatura en la Sorbona, con una tesis sobre el argentino Manuel Puig, y con un vínculo muy estrecho con Latinoamérica y con Colombia. La primera vez que vivió en este país fue entre el 60 y el 65, siendo niña, cuando su padre era delegado Gal de la Alianza Francesa, y aquí aprendió el español perfecto, lleno de modismos locales, que despliega hoy. La suerte quiso que regresara del 93 al 95, y, finalmente esta vez, como esposa del embajador.

Martine, dueña de una risa contagiosa y de gran don de gentes, se encontró en uno de sus viajes por Colombia con un hermoso milagro: la Alianza de Mujeres Tejedoras de Vida del Putumayo, que surgió en 2003 para resistir pacíficamente a la guerra y protestar contra asesinatos como el de Martha Jamioy, líder indígena, en 2005, y el de las cuatro adolescentes —de entre 12 y 17 años de edad— hijas de Blanca Galárraga, cuyos restos fueron entregados a la madre después de diez años de su desaparición. Con actos simbólicos, las Mujeres Tejedoras de Vida han venido manifestándose además contra las fumigaciones indiscriminadas, los daños ambientales y el desplazamiento forzado, y han erigido en madera chonta, típica de la región, los Muros de la Verdad, que registran los nombres de las víctimas. La Alianza fue reconocida con el premio franco-alemán de derechos humanos Antonio Nariño en 2011.

Las Tejedoras de Vida, Martine, y la Asociación de Cónyuges de diplomáticos cumplieron con la reconstrucción del rostro de Gloria Inés. Hoy 26, en la Plaza de los Artesanos, más de 40 delegaciones diplomáticas lideradas por ella hacen un Festival Gastronómico para ayudar a las víctimas de la violencia. Vale la pena ir y ayudar así a estas mujeres que trabajan con las uñas.

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