Imparables

Piedad Bonnett
23 de septiembre de 2018 - 07:30 a. m.

El 28 de septiembre se celebra el Día de Acción Global por un Aborto Legal, Seguro y Gratuito. El 27, la Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres, un colectivo feminista que defiende los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, especialmente el derecho al aborto en todas las circunstancias, realizará el lanzamiento de Mujeres Imparables, 20 años abriendo camino, una iniciativa que busca visibilizar relatos de mujeres y hombres que han vivido o acompañado experiencias relacionadas con la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). Comparto hoy un testimonio de los que recopiló la Mesa, y pido perdón por la crudeza, que es necesaria.

A la bebé de la que llamaré Graciela, madre ya de una hija, le descubrieron, a las 22 semanas de gestación, múltiples malformaciones en corazón, pulmones, vaso, que “hacían inviable” su vida, pues comprometían su función respiratoria, motriz, cardiovascular. Los exámenes se los realizaron en el hospital San Ignacio, a donde Compensar remitió a la paciente. Graciela, afligida, tomó la decisión de realizarse un IVE, permitido por la ley en esos casos. La médica que la atendió le dijo, sin embargo, que ni ella ni nadie, en ese hospital confesional, le haría un aborto —aunque este fuera terapéutico, es decir, justificado por razones médicas— y la remitió a psiquiatría, tal vez para que la desesperación no la volviera loca, sobre todo después de las palabras que alentadoramente le dirigió: “Esto no va a salir bien. Si aborta usted se va a morir”. A la semana le dieron con una estudiante de psiquiatría que, incapaz de decidir, la remitió a un psiquiatra profesional. Cuando la atendieron, Graciela ya estaba en la semana 24. Pero la constancia del médico no le bastó a la EPS, que remitió a Graciela a un tercer psiquiatra y a un segundo evaluador, una médica que conceptuó que “es muy grave lo que tiene la bebé” y finalmente dio la autorización. Tenía, para entonces, 27 semanas de embarazo.

Todos los hospitales adujeron que después de la semana 11 no realizaban abortos. Aconsejada por una abogada Graciela amenazó a Compensar con poner una tutela. Los de la EPS la remitieron entonces al hospital La Victoria, que realizó el procedimiento, pero con castigo incluido. Porque no van a dejar que una mujer aborte así no más. Graciela estaba con otras mujeres, que estaban haciéndose un IVE por alguna de las tres causales que permite la ley. Aunque suplicaban, las enfermeras no les pusieron bata ni trajeron un pato a tiempo. La puerta estaba abierta, y todo el mundo podía ver aquellas mujeres desnudas y gimiendo. Todas debieron compartir la misma bolsa para el vómito. Su pareja se encargó de limpiar a Graciela, que pujó y pujó, con un feto de casi seis meses en su vientre, sin que le dieran siquiera una aspirina. Sufra, mamita, por abortar. A la chica de 17 años que estaba a su lado, que fue violada, estaba sola y no dejaba de llorar, la enfermera le puso enfrente el feto que arrojó. Graciela no murió, como le vaticinó su médica, pero la enviaron a su casa sin antibióticos ni desinflamatorios, y duró sangrando y con fiebre hasta que la salvó un médico particular. Y pensar que los que dilatan un aborto lo hacen en nombre de la vida, de la moral y del dios compasivo del cristianismo.

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