Se sabe que algunas citas médicas, solicitadas desde el POS, pueden hacer esperar al paciente dos o tres meses, pero poco se habla de que esta dificultad también existe en la medicina prepagada.
Resulta que, aunque la cuota anual que usted pague sea muy alta, una cita con ciertos médicos prestigiosos puede demorar lo mismo que una del POS. Y sin embargo, todo indica que si usted tiene dinero suficiente, es posible que esos dos o tres meses de espera se conviertan en tres o cuatro días: basta con que diga las palabras mágicas: “¿y si pago la consulta como un paciente particular?” y el milagro se habrá hecho.
Según Michael J. Sandel, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Harvard, en una sociedad de mercado, o sea aquella en la que todo está en venta, no sólo la brecha entre ricos y pobres es cada vez más grande, sino que la vida cotidiana se ve lastrada por la corrupción. Si usted “tiene modo”, como se dice en Colombia, es posible que pagando obtenga todo o casi todo lo que quiere: desde un puesto en una cola hasta una celda más amplia en su cárcel. ¿Cuáles son los límites morales del mercado, se pregunta Sandel?
Este problema es especialmente sensible en el tema de la salud. Ya es triste constatar que el paciente del llamado POS tiene más trabas en la atención que el que dispone de medicina prepagada, pero escandaliza que un médico dé una cita para mañana y no para dentro de tres meses si se paga una consulta “normal”. Quiere decir que en el sistema, donde ya existe de entrada la desigualdad, se ha abierto ahora un boquete que nos remite a lo que Sandel llama “la ética de la cola”.
Creo que vale la pena preguntarse por qué ocurre eso. Lo hizo, a su manera, el doctor José Félix Patiño en UN Periódico, partiendo de unas aseveraciones en las que tiene razón: el sistema de salud, tal y como funciona hoy, está lleno de ineficiencias e inequidades, debilitó los hospitales públicos y empezó a ser penetrado por la corrupción. Y sin embargo, también hay en su propuesta aspectos discutibles, como el de devolver la administración de la salud al Estado. Algo bueno en teoría, pero no cuando éste es, como aquí, corrupto e ineficaz. Otros argumentos suyos nacen de una visión nostálgica de la profesión. Es verdad que quisiéramos médicos con una visión integral del paciente, que dediquen a éste más de los mezquinos 20 minutos asignados y que puedan ordenarle libremente los exámenes que requiere. Pero por nada del mundo querría volver yo a aquellos tiempos en que el médico se sentía un profesional con más estatus que los demás, que creía que cumplía con su responsabilidad social porque dedicaba unas horas a los hospitales públicos, y al que sólo tenía acceso una minoría adinerada que lo enriquecía en muy breve tiempo.
Si algo tuvo de bueno la Ley 100 fue que democratizó la salud. Y sin embargo —y simplificando un panorama infinitamente complejo— el bandazo que dio puso las cosas en el otro extremo: ahora muchos médicos se sienten maltratados y mal remunerados. Y esto porque, como ya sabrá el ministro de Salud ad portas de la reforma, el sistema cayó en una lógica mercantil que poco contempla argumentos éticos.