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Una y otra vez me asombra la gente que, apertrechada en sus creencias, no se mueve ni duda de ellas. Su postura es esencialista. Apoyan sus ideas diciendo “es que yo soy de izquierda” o “es que yo soy de derecha”, con la misma rotundidad del que alega: “Es que yo soy así”. En eso consiste el fanatismo: en una rigidez que impide el ejercicio de la conciencia crítica, esa gran conquista de la modernidad. En una entrevista reciente, Javier Cercas dice: “Cuando los míos hacen o dicen algo con lo que no estoy de acuerdo, lo digo y cargo con las consecuencias”. “Los míos”, imagino yo, pueden ser mis copartidarios, mis amigos, aquellos a los que nos une una visión de mundo. Disentir de los nuestros, aunque nos duela, cuando la realidad nos muestra que estamos equivocados, se llama independencia. Y el independiente suele ser “un aguafiestas, aquel que dice aquello que la gente no quiere escuchar”.
El extremismo –y el fanatismo lo es– se interpreta hoy como sinónimo de carácter. Tan extendida y furibunda es esta creencia, que todo lo que implique grises es considerado tibieza, pusilanimidad, yo qué sé. La moderación es una virtud que está hoy en completo desprestigio. Porque va en contravía, me gustó mucho la propuesta de Rodrigo Uprimny en el especial del 20 de julio en El Espectador. Él propone moderación, humor y curiosidad como antídotos del fanatismo. Como primera idea, “una reivindicación de la moderación, pues la persecución del absoluto, sin importar los medios, está en el corazón de todo fanatismo”. Y argumenta: “Esta reivindicación de la moderación no significa el abandono del entusiasmo ni caer en el cinismo y la indolencia”.
Casualmente, Uprimny pareciera dialogar con Cercas. “En política, yo soy partidario del aburrimiento –dice el escritor español–, de un aburrimiento escandinavo o como mínimo suizo. Y por eso soy partidario de lo más aburrido que existe, que es el socialismo democrático”. Por supuesto, en estas palabras de Cercas hay humor. Y el humor, la segunda idea de la propuesta de Uprimny, “corroe los dogmas y los relativiza, pues invita a que nos riamos de nosotros mismos y abandonemos nuestras pretensiones absolutistas”. Cercas apunta a algo para nada insignificante: ¿cómo no va a parecer aburrido elegir una posición moderada, cuando lo que predomina hoy en redes es la exhibición hiperbólica de nuestras pasiones? Nos gusta sentirnos y mostrarnos belicosos, indignados, iracundos. Y recalcitrantes. Es decir: sin curiosidad ninguna por las ideas distintas a las nuestras.
El mismo 20 de julio, Mauricio Cárdenas escribió en su columna: “La pregunta, entonces, es si en Colombia podemos restaurar la política de la moderación, el uso de la evidencia y la llamada tercera vía”. ¿No será que este diálogo tácito, casual, entre personas tan distintas, está señalando como tendencia lo que es una necesidad social inaplazable, que nos devuelva de los fundamentalismos?
Adenda: Cuando leí sobre las denuncias del maltrato y el acoso laboral en el ámbito médico –denuncias que celebro y ojalá no entierren– pensé en otra instancia tradicionalmente asolada por el maltrato: el ejército. La periodista Adriana Villegas, que ya se había ocupado de él, vuelve a poner el tema sobre el tapete. Recojamos sus inquietudes.
