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Cuando me invaden el desaliento y la indignación de ver este mundo patas arriba, gobernado por sátrapas y corruptos, mientras muere gente por la insensibilidad o incapacidad de los gobiernos, me doy ánimos pensando en lo mucho que, de todos modos, hemos avanzado como civilización. Pienso en el movimiento Me Too y en las leyes contra la violencia de género; en el paulatino destape de la pederastia en la Iglesia católica; en las leyes contra el racismo; en las batallas de los ambientalistas y en la creciente conciencia sobre las graves consecuencias del cambio climático; en que cada vez hay más respeto por la vida animal, etcétera.
De todas esas batallas, durísimas, destaco la de la comunidad LGBTI, estigmatizada durante siglos, y cuyos miembros todavía hoy se exponen a prisión o muerte en más de 80 países. Por eso me alegra saber que este año las manifestaciones fueron multitudinarias en el día del orgullo LGBT, y que en Sao Paulo desfilaron tres millones, a pesar de que Bolsonaro declaró que prefería un hijo muerto que un hijo gay. Asistimos, en realidad, a una lucha histórica entre los sectores más retardatarios de la sociedad y los movimientos progresistas, que envían un fuerte mensaje: es hora ya de respetar la diferencia. Desgraciadamente, como dijo José Miguel Vivanco, director de HRW, se ha avanzado mucho, pero “otra cosa es la batalla ideológica”.
Dentro de esa “batalla ideológica” se inscribe la acción vandálica del energúmeno Luis Emilio Arboleda, que no es, como algunos creen, el gesto aislado de un loco homofóbico. No señores. Arboleda se presenta como un defensor “del diseño original de la familia: papá, mamá e hijos, como pilar fundamental de la sociedad”, según declaró a FM. Sólo que pasa a los hechos, e incurre en un delito de odio que debe ser castigado. La destrucción a cuchillo de la bandera gay equivale a una amenaza simbólica contra una comunidad que ha sido víctima de innumerables asesinatos. Y el video incita a la discriminación violenta en un país donde campea la intolerancia, y nos remite a actos de violencia simbólica que en otros países crearon el clima propicio que precedió a genocidios y holocaustos. Por lo mismo, resulta vergonzosa la foto en que este personaje posa, en forma feliz y desvergonzada, al lado de los policías que lo aprehendieron, ¡y que lo rodean mirando a la cámara y sonriendo, como si celebraran su “travesura”! Aunque esa confraternidad no debería extrañarnos, pues los cuerpos armados, aquí y en Cafarnaúm, suelen demostrar machismo y homofobia.
Arboleda, ataviado con carriel antioqueño, sombrero y poncho, y alegando defender los valores morales y las tradiciones de su departamento, nos da a beber un coctel de homofobia, regionalismo ciego y burdo machismo que debería indignar a sus coterráneos, en nombre de los cuales habla. David Yanovich se queja porque la prensa lo presenta como un seguidor del Centro Democrático. Pero el que se presenta así es el mismo Arboleda, a quien podemos ver, además, en un video donde Álvaro Uribe le da las gracias por apoyarlo en sus ideas. Pero tampoco es que resulte muy difícil relacionar su virulencia y sus ideas con las de la derecha más recalcitrante. ¿O no?
