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La zancadilla

Piedad Bonnett

14 de diciembre de 2013 - 05:00 p. m.

Sí, otra vez, ya sé. ¿Pero cómo no hablar del procurador, ese personaje que, como un verdugo, va llevando la cuenta de sus víctimas haciendo rayitas con su navaja en una pared, y sonríe de ver que ya ha sancionado a 800 funcionarios? Con Piedad Córdoba, Alonso Salazar y Gerardo Hernández ya había mostrado Ordóñez de qué tamaño puede ser su arbitrariedad y la desproporción de su poder.

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Pero ahora, al destituir a Petro e inhabilitarlo por 15 años, lo que desvergonzadamente vuelve a poner en evidencia es a quién sirve y qué persigue.

Es verdad que la gestión de Petro deja mucho que desear; que como alcalde ha sido muchas veces arrogante, improvisador y terco, con graves consecuencias para la ciudad. Y que para ser elegido no dudó en romper con el Polo y hacer concesiones, una de ellas votar por el funcionario que hoy le trunca su carrera política. Pero hay cosas que no podemos ignorar: su valentía, que lo ha llevado desde siempre a denunciar a los corruptos y a los que están detrás de graves atentados a los derechos humanos; y su esfuerzo por derrotar los privilegios de unos cuantos persiguiendo una ciudad más humana e incluyente. Pero, sobre todo, que Petro es un hombre que cambió las armas por las ideas, y que a fuerza de tenacidad y lucha política llegó a donde está hoy por la vía democrática. En ese sentido es, con Navarro Wolff y otros, un adelantado, una muestra de lo que podría ocurrir con los alzados en armas si este gobierno logra hacer la paz.

Y esto último lo explica todo: el castigo que el omnipotente procurador Ordóñez le inflige no sólo es un atropello a la voluntad de las mayorías que votaron por él, o una amenaza para la democracia por su concentración desmedida de poder o una injusticia manifiesta, ya que malinterpreta la ley. Es una jugada maestra para sacar del ring a un hombre de izquierda que, querámoslo o no, cuenta con un respetable caudal de seguidores, como se ha visto en las manifestaciones de la Plaza de Bolívar. Si bien es cierto que algunas comparaciones del alcalde Petro en su beligerante discurso resultan también desmesuradas, hay un fondo de verdad cuando señala que dar muerte política con una estratagema jurídica a quien piensa diferente es casi tan grave como perseguirlo y aniquilarlo, como se hizo con la UP.

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El procurador, pues, con su decisión, producto aparente de su superioridad moral y su implacabilidad justiciera, lo que hace, arteramente, es profundizar la polarización del país, avivar los odios y lanzar una señal de hasta dónde están dispuestos a ir los que no quieren aceptar las condiciones para la paz. La furia popular se ha hecho oír, y con razón. Nada tendría de raro que de ella se alimente, también, la llama populista de la izquierda, como reacción al populismo de la derecha, encabezado por Uribe.

Como ya se ha dicho, con la arbitrariedad de Ordóñez pierden el orden jurídico, la democracia y la ciudad, acechada ahora por la ambición de los repentinos candidatos a alcaldes, algunos de los cuales no se han preparado, en absoluto, para saber gobernarla.

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