Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Todo está dado para que estalle la bomba de tiempo: el miedo, el rechazo y el odio contra los migrantes se extiende por todo el planeta; con un agravante: el discurso xenófobo y racista se ha ido haciendo cada día más abierto, más desvergonzado, en razón de que Donald Trump, el presidente más poderoso del planeta, lo ha liderado, avalando así el discurso de cientos de facciones de derecha que crecen y se afirman en todas partes. El fascismo, de nuevo, nos amenaza.
Para esta derecha sólo el mundo de los blancos no entraña peligro. Lo demás —otras razas, religiones, culturas— representa lo sucio, lo violento, lo primitivo, la amenaza. Los países se acorazan y repelen las masas hambrientas. O cuando las reciben, en el mejor de los casos, no sólo no son capaces de integrarlas, sino que la discriminación de los nacionales adopta toda clase de formas. Como parte de este fenómeno se están viendo ahora en Centroamérica —pero vienen ya desde hace un tiempo— las llamadas caravanas migrantes, que sintetizan de manera dramática el sentido mismo del conflicto. Estas caravanas son organizadas a veces por políticos, a veces por asociaciones como la de Pueblos Sin Fronteras, que pretenden, por una parte, denunciar la situación de pobreza extrema, falta de oportunidades, corrupción política y violencia que viven pueblos como Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua, y por otra, llevar a situaciones límite la confrontación con los países que le niegan la entrada a la caravana, como los Estados Unidos. Es decir, crean un hecho simbólico, pero con consecuencias imprevisibles.
Lo malo de esta estrategia es que, en la práctica, mientras esté afianzado en el poder un personaje tan peligroso como Donald Trump, lo único que se logra es exponer la multitud migrante —que en cierto momento ha llegado a ser hasta de 7.000 integrantes— a vanas esperanzas, a la inclemencia de largas caminatas que afectan a los niños, a las mujeres embarazadas, a los enfermos y a la frustración de tener que devolverse o caer en la indigencia más total. Pero, por otro lado, la única otra alternativa para muchos es el paso ilegal, cueste lo que cueste, arriesgándose a que los coyotes los expolien e incluso los conduzcan a la muerte. Un conflicto sin salida.
Con un poco de mejor suerte corren los venezolanos cuando migran hacia el sur del continente. Como han dicho los expertos, su llegada puede generar traumatismos económicos impactantes allí donde llegan, pero a mediano plazo, si los países saben integrarlos y darles oportunidades, su trabajo puede reactivar la economía y sus iniciativas, enriquecer la cultura en que se insertan. Es hora, pues, de hacer fuertes campañas contra la xenofobia que ya empezó a manifestarse y a cobrar víctimas. Y también es hora de que el Gobierno y las asociaciones internacionales de apoyo a la migración hagan su tarea como debe ser, pues ya hay denuncias del desamparo que padecen las caravanas migrantes en los largos trayectos que deben recorrer. Tal vez sea la oportunidad de que Colombia, con una actitud solidaria, le dé una lección al mundo.
Posdata: por vacaciones, esta columna no aparecerá durante algunas semanas.
