El aterrador ataque de los rusos a una pizzería de Kramatorsk, Ucrania, en el que murieron 11 personas y que afectó a los colombianos Héctor Abad, Sergio Jaramillo y Catalina Gómez, sirvió para que el presidente Petro se pronunciara, por fin, y con la contundencia necesaria, contra el gobierno ruso, por “violar los protocolos de la guerra”; y que pidiera a la Cancillería enviar una nota de protesta a Rusia por atacar a “tres colombianos indefensos”. La Cancillería ya había hecho lo propio, con igual firmeza. En contraste, muchas figuras públicas guardaron al respecto un extraño silencio y en las redes se vio un ensañamiento mezquino y lleno de odio contra Abad y Jaramillo.
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La primera en salir a atacar, llevada por su desprecio por Abad, fue Carolina Sanín, que escribió: “…el nené eterno, sale haciendo sus pucheros porque se le salpicó la chaquetica que usa en el Hay Festival, y tiene que verlo todo el país: esa es la noticia, no quienes sufrieron el atentado. No jodás”. Y añadió: “Ahora, ¿a qué van esos señores a una guerra? (…) ¿Eso no es parte de una espectacularidad y una “experiencialidad” morbosa? ¿Qué sucedáneo masculino del coraje buscan?”. A esa pregunta suya se sumaron muchos: ¿y a qué fueron allá, buscando que los matara un misil? Increíblemente, la lógica que utilizan es la misma de los que, ante una víctima de violación, se preguntan cómo no la iban a violar si “estaba vestida así”; o la del que justifica la violencia física contra la mujer porque “algo habrá hecho”; o la de Uribe cuando argumentó que las víctimas de los “falsos positivos” “no estarían recogiendo café”. Es decir, la de la revictimización.
Hay una respuesta concreta a la pregunta sobre la presencia de los colombianos en el Donbás: Sergio Jaramillo lidera la campaña “Aguanta Ucrania”, un llamado a la resistencia al que han adherido numerosos escritores y artistas latinoamericanos, entre los que se cuentan Leonardo Padura, Sergio Ramírez, Lydia Cacho, Víctor Gaviria, Arturo Ripstein y el mismo Héctor Abad. Este y Jaramillo estaban invitados a la Feria del Libro de Kiev para exponer la posición solidaria de muchos intelectuales latinoamericanos contra la invasión rusa a Ucrania, esa que a muchos de los tuiteros rabiosos les parece “inventada” y parte de una guerra “irrelevante”. Con Victoria Amelina, la escritora ucraniana que hoy se debate entre la vida y la muerte, y con la corresponsal de guerra colombiana Catalina Gómez fueron a Kramatorsk para palpar más de cerca los estragos de la guerra. Una temeridad, tal vez. Pero lo han hecho muchos escritores, antes y ahora, –Norman Mailer, Susan Sontag, Graham Greene– y están en su derecho. ¿O es que a la gente se le dice hasta dónde debe llegar? La periodista Catalina Gómez fue quien tomó las fotos criticadas –la de la chaqueta “salpicada de mierda”, en palabras de Sanín– porque como testigo de excepción y como profesional de guerra quiso dejar un registro gráfico que pensó que le interesaba a Colombia, por tratarse de dos figuras públicas: un ex comisionado de paz que durante cuatro años hizo un trabajo duro e importante en los diálogos de La Habana, y un escritor que, guste o no, tiene muchísimos lectores en el país y en el exterior. Siempre será fácil odiar a los exitosos.