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Lecturas para una isla desierta

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Piedad Bonnett
02 de enero de 2016 - 03:05 a. m.
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Estos días posnavideños, ya sea en las ciudades semivacías o en los lugares que nos permiten escapar de la cargante vida social, pueden ser equivalentes a la fantasía de la isla desierta a la que quisiéramos huir cada tanto.

Llenos de sol y de silencio, son ideales para la introspección, sobre todo en una de sus formas más placenteras: la lectura.

Las novedades literarias son siempre inquietantes, pues nada resulta más delicioso que un libro aún sin abrir pero que encierra una promesa. Pero también está la opción de releer, que implica enfrentarse a las transformaciones de nuestros criterios y gustos, a la desmemoria y también a lo que el placer convirtió en memorable. ¿Qué tal enfrentarse a una de esas lecturas que nos removieron y que hoy recordamos entre nieblas? ¿A Crimen y castigo, de Dostoievski, o Trópico de Cáncer, de Henry Miller, o Tristram Shandy, de Stern, o La Vorágine, de Rivera?

Sé que a esa isla desierta ustedes llevarían su personalísima selección de lecturas, pero me atrevo a compartirle algunas, totalmente arbitrarias, aleatorias, por si acaso de algo los antojo. Si se trata de cuentos —y olvidándome de los más clásicos— volvería a leerme los de Truman Capote, una lección de precisión literaria, o los de Nabokov, Raymond Carver o Bolaño. De novedades les propondría Hombres sin mujeres, de Haruki Murakami, Una felicidad repulsiva, de Guillermo Martínez, premio García Márquez de cuento, Mis documentos de Alejandro Zambra, o los cuentos muy perturbadores de Samantha Schweblin, una autora argentina que acaba de publicar también una novela corta, Distancia de rescate, un libro aterrador y atrapante, atroz metáfora de nuestros peores miedos.

Y hablando de novelas cortas, mis preferidas porque tienen la intensidad del cuento y una rápida recompensa, yo releería en esa isla ideal Muerte en Venecia, o Diario de un hombre de 50 años u Otra vuelta de tuerca, esas finísimas novelas de Henry James, un gran autor que hoy parece leerse poco. Pero también podría llevarme Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal, llena de humor y filosofía, o la inolvidable Reflejos en un ojo dorado de Carson McCullers, o tres más recientes, Todos los perros son azules, un tremendo testimonio sobre la locura, de Rodrigo de Souza Leao, la muy hermosa El cielo es azul, La tierra blanca de Hiromi Kawakami y la asfixiante y conmovedora Lulú, del rumano Mircea Cartarescu. Y si pensara llevar novelas largas… La lista aquí es infinita, así que recomiendo, muy al azar, la ya clásica El malogrado, de Thomas Bernhard, El mar, de John Banville, un escritor que podría ganarse el Nobel, Lodo, de Guillermo Fadanelli, una versión de Lolita, y Americanah, de Chimamanda Ngozi, para los que resisten historias larguísimas como las de Franzen o Knausgard.

¡Ay! ¿Y cómo sobrevivir sin poesía? Aquí me siento casi incapaz de escoger. Pero como sé que un mismo poema puede leerse muchas veces, me llevaría Sonata del claro de luna, de Yannis Ritsos, y la obra completa de Blanca Varela. Como ya no alcancé a hablarles de ensayo, sólo les cuento que estoy leyendo uno que me tiene encantada: ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras, de Patricia Soley- Beltrán, Premio Anagrama de ensayo. Feliz año para todos.

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