Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Los efectos de la radicalización de derecha de las políticas de Donald Trump no son solo perniciosos, como podría pensarse; increíblemente, también hay efectos positivos.
Sus agresivas medidas excluyentes, que ponen en vilo las relaciones económicas de EE. UU. con varios países, obligan a los afectados a buscar salidas inteligentes y nuevas alianzas, y a apelar a estrategias de fortalecimiento que les ayuden a superar el maremoto Trump. Por otro lado, las actitudes xenófobas, discriminatorias y ultranacionalistas del gobierno de los Estados Unidos, por hirientes y humillantes, refuerzan en las víctimas el sentido de identidad que les da la raza, la religión o la nacionalidad.
Claro está que de esas tensiones surgen a menudo las guerras y los genocidios, y por eso no están muy equivocados los que opinan que Trump está toreando la ira del terrorismo islámico y que con él cosas peores podrían pasar en un futuro que no alcanzamos a imaginar. Y es que pasa a menudo: no sabemos leer los signos que determinan el futuro. No lo supieron hacer los electores de Trump, ni tampoco los que llevaron al poder al comandante Hugo Chávez —un militar golpista, o sea antidemocrático—, que jamás se imaginaron que estaban gestando el desastre de la Venezuela de hoy.
Las manifestaciones contra Trump en todo el mundo y el pronunciamiento de líderes y personalidades llamando a la resistencia se pueden contar también entre los efectos positivos: la declaración de principios de Angela Merkel, por ejemplo, que otra vez ha mostrado que tiene los calzones bien puestos, y gestos como el de Asghar Farhadi, el director iraní de la película El viajante, que en un acto de dignidad no irá a la ceremonia del Oscar, o el de la organización Starbucks, que ha retado a Trump anunciando que contratará a 10.000 refugiados en todo el mundo. Entre las muchas declaraciones de personalidades públicas que circulan en estos días, me llamó la atención la de Antonio Banderas, quien en los Premios Platino del cine Iberoamericano se refirió, como argumento contra Trump, a la fuerza de “lo latino” en Estados Unidos, y a las comunidades que allí hablan “la lengua cervantina” y trabajan duro y con dignidad. Celebro y comparto las palabras de Banderas, que es hoy un emigrante latino indignado como tantos otros. Pero me hicieron recordar, paradójicamente, el desprecio y la discriminación soterrada que durante años hemos sufrido los latinoamericanos en España, donde nos llaman despectivamente “sudacas”. Y es que el racismo y la xenofobia acechan en todas partes; y basta con que un politiquero sepa usar bien su discurso para que coopte esos odios en su favor.
Por pura asociación de ideas, “sudacas” me llevó a “venecos”, palabra desdeñosa con la que Vargas Lleras se refirió hace unos días a los migrantes venezolanos. Y también pensé, por asociación, en el famoso coscorrón y en su talante pendenciero que, como el de Trump, tanto gusta en estos tiempos de redes alevosas, que celebran el insulto y el populismo en todas sus manifestaciones. Y en la renuencia a afirmar la necesidad de hacer la paz, y en otros etcétera del futuro candidato a la Presidencia. Y me dije que habría que saber leer los signos.
