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Antes de que me crucifiquen o me amenacen, advierto que creo que es totalmente repudiable e injustificable el ataque con ácido contra Natalia Ponce de León –y contra las mujeres de humilde condición que no logran aparecer en los medios–. Y que Jonathan Vega, la persona que confesó haber cometido el delito, merece un castigo ejemplar. Pero es escandaloso lo que hemos tenido que ver y oír a raíz de este hecho. En primer lugar el show mediático que montó el abogado Abelardo de la Espriella durante la audiencia de imputación de cargos. Él, uno de los “los abogados del poder” —para usar la expresión de la periodista Cecilia Orozco— aseveró allí que “a ese personaje no lo querían ni los perros”, y fuera de la sala y esgrimiendo un hueso, le gritó a Vega “perrito, perrito”, y usó el ptssssss con que se llama a los animales. ¿Era necesario? El abogado De la Espriella cree que sí. Que actos provocadores como estos, que yo encuentro impropios de su investidura, le dan réditos frente a las hordas que claman venganza. Venganza, no justicia.
De la Espriella, hablando del acusado como “este miserable”, “esta bestia”, aclaró en radio que no lo llamó perro, porque “la ofensa sería con los perros”. A lo que un periodista acotó, de inmediato, y con una risita, “me parece poco”. Porque los periodistas, a la hora de hablar del caso, no se quedan atrás del tono de De la Espriella. En otro espacio de Blu Radio alguno comentó que “ojalá no le vaya bien en la cárcel” y otro sugirió que si lo llevaran al patio quinto allí le darían su merecido. Mejor dicho: ya que no podemos lincharlo afuera que ojalá lo linchen los presos.
Varios testimonios hacen suponer que Jonathan Vega sufre de esquizofrenia. Sea así, o sea un psicópata —algo bien distinto, pero también producto de un trastorno mental— o un adicto con rasgos peligrosos o una persona sana, los que están llamados a diagnosticarlo son los médicos forenses y nadie más. Pero en radio se dijeron toda clase de lindezas, o más bien, de simplezas. De la Espriella aseguró que “la esquizofrenia es un desorden mental que no es permanente”. Un periodista afirmó que el esquizofrénico ataca al primero que ve. Y otro más, que todos los que atacan con ácido “son enfermos”. ¡Ciencia pura! Y cuando la académica Sandra Borda dijo sensatamente que el acusado tiene derecho a que lo diagnostiquen, y que, si es enfermo, “que lo manden a la cárcel no va a ayudarlo en absoluto”, pues la enfermedad mental requiere rehabilitación, todos le cayeron encima como alguna vez lo hicieron ya con Laura Gil. Felipe Zuleta, con sorna, se burló de ella: “citico, ahora haciéndose el loco”. Y para completar, Ernesto Yamhure, excolumnista de El Espectador, expresó en su Twitter sobre Sandra: “Hacía mucho no tenía interlocución con una vagabunda... Falta que la profesora de universidad, esa misma que está excusando a Jonathan Vega, diga que la culpa es de Natalia por ser tan bonita”. Una agresión muy masculina.
Oyendo estos comentarios se entiende por qué en este país nadamos en un mar de violencia: porque en vez de que la indignación exija justicia, los espíritus cargados de odio y virulencia piden venganza.
