Lo que Alis revela

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Piedad Bonnett
19 de febrero de 2023 - 02:05 a. m.
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Hoy, para hacer una pausa oxigenante en medio de las discusiones políticas que nos asfixian, quiero recomendarles un documental colombiano que está en cartelera en algunos teatros del país. Se trata de Alis, un viaje emocional a partir de las historias de vida de un grupo de adolescentes recluidas en La Arcadia, un internado manejado por IDIPRÓN (Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud) –entidad que mucho le debe al fallecido padre Javier de Nicoló– que están allá porque sus familias no pueden tenerlas consigo, y porque muchas de ellas llegaron a ser habitantes de calle.

Los directores de Alis, Nicolás Van Hemelryck y Clare Weiskopf, –que en 2016 impactaron con su documental Amazona– asumieron un riesgo importante cuando optaron por el “menos es más” e hicieron una “película coral” en que las más o menos 20 niñas protagonistas le hablan a la cámara, en unos primeros planos donde muchas veces el gesto revela más que las palabras. Admira que, a pesar de la sencillez de la propuesta estética, Alis logra producir un torbellino emocional en el público, como quedó demostrado en la Cinemateca distrital el día del estreno, con la sala repleta.

El recurso que usaron para que las niñas se expresen con libertad es muy inteligente y divertido: ellas debían imaginar a Alis, una niña que llega a La Arcadia, y decirnos cómo es, qué siente al llegar, qué vida deja atrás, que sueños tiene, cómo cree que será su vida después del internado. Lo que empieza a suceder en la pantalla es extraordinario: con Alis como muleta, estas niñas de vidas sufridas van construyendo un mundo poderosísimo y conmovedor, que les permite hablar de amor, sexo, drogas, violencias, dolores y alegrías, pero en una frontera que nos hace intuir que muchas veces hablan de sí mismas, aunque jamás podríamos asegurarlo. A través de un lenguaje donde hay argot, humor, dureza, gracia, estas jóvenes van constituyéndose poco a poco como personajes perfectamente diferenciados, despertando en el espectador diversos sentimientos y grados de empatía, y llevándolo a una reflexión sobre sí mismo y sobre una realidad que nos lleva a hacernos preguntas: ¿qué hacemos y dejamos de hacer en este país por nuestros niños y jóvenes? ¿Cuántas de estas jovencitas, que se nos revelan como poderosas aún en vulnerabilidad, en su rabia y en sus lágrimas, podrán llegar a ser mujeres con vidas útiles, plenas, con altas dosis de felicidad?

Quizá parte del éxito de este documental –que de paso subvierte los supuestos sobre el género– se deba al largo proceso de los directores con el grupo, con el que trabajaron cinco años seguidos dirigiendo talleres de cine documental, tiempo que les permitió hacer un proceso de inmersión y construcción de vínculos. También al apoyo de una institución que, a diferencia de casi todas las que acogen niños y jóvenes, en vez de someterlos a disciplina extrema y castigo, propicia la libertad individual y la tolerancia. Pero, sobre todo, como me dicen sus directores, a haber superado ellos mismos el prejuicio con el que llegaron, que los predisponía a la lástima. Eso les permitió no caer en truculencias y sentimentalismos y abrirse a la realidad que encontraron, llena de momentos de luz a pesar del trasfondo de oscuridad.

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