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Los que se quejaban de que la campaña estaba aburrida tuvieron que cambiar de opinión: los colores del arcoíris, que endulzaron los nombres de los candidatos, se desvanecieron para dejar ver el lodazal nauseabundo del que emergieron las más diversas monstruosidades, agravando la sensación de asco de muchos colombianos. Y muy probablemente confundiendo el juicio de unos cuantos.
Lo que nos jugamos hoy no es cualquier cosa: lo que está repuntando en Colombia, con una fuerza que nadie creía posible, es una derecha amenazante, sin escrúpulos, capaz de las peores alianzas, revanchista y llena de odio, dispuesta a todo con tal de no permitir que se pacte la paz. Esa derecha, en su forma extrema, se expresa en la voz de un hacker con ínfulas mesiánicas y fantasías sangrientas, que con gran convicción aseveró frente a los organismos de investigación: “Ustedes no entienden. Yo estaba ayudando a salvar el país. Soy un héroe”. Salvar el país quiere decir para él atacar todo lo que huela a izquierda, y usar sus herramientas para tratar de sabotear las conversaciones de paz en La Habana y de paso la reelección de Santos. El pensamiento del hacker de marras, hoy preso, es cercano al de un grupo autoproclamado fascista del que se sospecha que pudo haber participado en la destrucción del mural en homenaje a la UP y de uno de cuyos líderes, asesinado hace poco, se dice que tuvo nexos con paramilitares. En efecto, “olor a muerte”. Por eso resulta siniestro el vínculo entre el hacker y ese cordero manso que aparenta ser Óscar Iván Zuluaga, detrás del cual está Uribe, un viejo zorro, y su séquito de ultraderecha. Porque lo que pareciera es que un ala del uribismo, dispuesta a todo, no tiene escrúpulos en aliarse con las fuerzas más oscuras con tal de atajar al contrincante, que para ella encarna la amenaza de un país castro-chavista gobernado por las Farc.
Con ese cuento de terror, el Centro Democrático ha logrado convencer a buena parte de los colombianos, muchos de los cuales adoran el autoritarismo patriarcal y creen todavía que la paz se consigue haciendo la guerra. La historia da fe de que los pueblos, confiados en que la mano fuerte es una vía para recuperar el orden, pueden llegar a elegir caudillos que terminan por birlar la ley y caer en toda clase de arbitrariedades y abusos de poder. A eso debemos temer hoy más que nunca, y por eso, y una vez más en la historia de este pobre país, nuestro voto no podrá ser sincero sino estratégico. Habría que votar por Clara López, una mujer luchadora con un ideario de izquierda moderada que propende por una sociedad igualitaria. A pesar de que el Polo Democrático se dejó permear por la corrupción y la mediocridad, Clara es una opción diferente, que remecería el establecimiento y esta clase política oportunista e incapaz. Pero, desafortunadamente, los que queremos detener al lobo disfrazado de cordero tendremos que votar por Santos, a pesar de sus muchos desaciertos y del pecado de haberse dejado asesorar de J.J. Rendón, un personaje tan dudoso. Su proyecto de paz, ya tan avanzado, es lo que a mí me inclina a darle el voto.
