¡Cuántas veces vemos venir un hecho nefasto y no lo detenemos! Percibimos el síntoma, pero no nos adelantamos a la enfermedad. O entramos en negación. En otros casos, lo que nos abruma es la impotencia. Vemos los indicios o incluso los primeros horrores, pero no está en nuestras manos detenerlo. Esto último sucede, por ejemplo, con el cambio climático, que viene anunciándose desde hace décadas y sobre el cual la ciencia tiene información suficiente, pero contra el cual como individuos podemos hacer poco. Porque son los grandes poderes los que de verdad pueden reducir las emisiones que están causando los estragos que vemos en todas partes. Infortunadamente tendemos a minimizar los anuncios catastróficos, tildándolos de innecesariamente alarmistas, sin pensar que hay un punto de no regreso, que es la mala noticia que nos dio la semana pasada la ONU, a través de António Guterres, después de que en julio se reportaran las temperaturas promedio más altas de la historia: “Esto es solo el principio. La era del calentamiento global ha terminado, ahora es el momento de la ebullición global”. Y todavía muchos irresponsables se alzan de hombros.
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En el terreno de la política pasa lo mismo: como uno de los jinetes del Apocalipsis, la ultraderecha galopa ya como una amenaza sobre Europa, alimentada por el miedo a la inmigración y por distintas crisis económicas, sin que los ciudadanos parecieran percibir la magnitud del peligro para las democracias liberales. Hungría y Polonia tienen regímenes autoritarios desde hace bastante tiempo e Italia se les unió con el triunfo de la derechista Giorgia Meloni. Pero ahora vemos cómo las derechas moderadas (si es que eso existe) hacen coaliciones con las ultraderechas o se suman a sus posiciones extremas a fin de no perder poder. Sucede en Finlandia, en Suecia y con los conservadores en Reino Unido, que han adherido a algunas posiciones del partido populista de derecha UKIP, que se parapeta en su rechazo a la migración musulmana, y ahora en España, donde también se vislumbra la posibilidad de que el ultraderechista Vox ingrese por primera vez al gobierno como parte de una coalición. En Alemania, la extremista Alternativa para Alemania es ahora la cuarta fuerza política del país y en Francia, aunque no la han tenido tan fácil, los partidos de derecha tienen ni más ni menos que 89 diputados en la Asamblea Nacional.
Aquí en Colombia vimos claramente que lo que se venía para la UP era un deseo de exterminio y no supimos detenerlo. Ahora estamos viviendo lo mismo con los asesinatos sistemáticos de los líderes sociales. Los registramos, sí, a tal punto que ya hay una especie de “formato” para anunciar cada uno de ellos. Pero lo que hacemos es llevar las cuentas, como si se tratara de un fenómeno natural. Según Indepaz, ya van 98 líderes sociales asesinados en lo que va del año; uno de los últimos, Fredy Bomba Campo, presidente municipal del MAIS (Movimiento Alternativo Indígena y Social) en Caldono (Cauca), a quien asesinaron en su casa delante de sus tres hijos. Dentro de unos años miraremos hacia atrás y constaremos avergonzados que, como en el caso de la UP, no hubo una movilización efectiva para parar este otro exterminio, que sin duda obedece a un plan macabro de fuerzas oscuras que ningún gobierno ha sabido detener.