El paso de un año a otro crea la ilusión de que el mundo se renueva.
Pocos escapan a la tentación de hacer balances, de fijarse nuevos propósitos y soñar con logros futuros. Porque, por fortuna, como explicó hace poco en entrevista a este diario la profesora de neurociencia del University College de Londres Tali Sharot, “la predisposición al optimismo” está en el 80 % de los seres humanos, que tendemos a “sobreestimar la probabilidad de experimentar situaciones positivas y a subestimar las posibilidades de experimentar situaciones negativas”. Para poder con la vida, digo yo. Y es que amamos tener expectativas. Lo ejemplifica Sharot contándonos que cuando George Lowenstein, un economista del comportamiento, (sí, ¡eso existe!) preguntó a unos estudiantes cuánto estaban dispuestos a pagar por el beso de una celebridad si este fuera inmediato o a un plazo de días, semanas o años, estos contestaron que el más alto precio lo pagarían a los tres días. ¡Lo que los haría más felices sería la espera!
Si ponemos a funcionar nuestro principio de realidad, sin embargo, es claro que no basta un cambio de año para que las cosas sean distintas. Y ahí nuestro optimismo se derrumba. Porque, como también dice Sharot, tenemos cierto control sobre nuestras vidas, pero no sobre la realidad social o política. Sabemos que el terrorismo persistirá, que las desesperadas olas migratorias no van a cesar, que la corrupción sigue viva, que la ciudad seguirá sumida en trancones infames… Aún peor: que en 2017 Trump tendrá al mundo en vilo; que una derecha xenófoba, fascista y furibunda se está tomando medio mundo; que tenemos muchas razones para temer el regreso de tiempos oscuros, amenazantes. Y que en Colombia no será fácil la implementación del proceso de paz, que Uribe seguirá jodiendo, que probablemente Vargas Lleras se alinderará con los sectores más conservadores, que Vivian y Lucio y el exprocurador seguirán empeñados en sus campañas oscurantistas… Ni siquiera podemos decir que el nivel de vida de la clase trabajadora mejorará, porque, como siempre, el sistema se encarga de que las diferencias se perpetúen, esta vez debido a la reforma tributaria y el alza irrisoria del salario mínimo…
Balances como este harían pensar que estamos condenados a lo mismo, y que las únicas respuestas posibles son la indiferencia, la resignación, o el cinismo… Pero, por fortuna, no es así. El mundo gira también empujado por miles de pequeños cambios, de trabajos humildes, de descubrimientos y actos creativos que no son enteramente visibles. Una pequeña noticia puede servirnos de ejemplo: científicos de una universidad en Arabia Saudita descubrieron que “cuando la hembra del pez payaso desaparece del seno familiar (…) el macho altera sus niveles de hormonas para transformarse en una hembra y restaurar el equilibrio para la supervivencia delas poblaciones”. Ahí, en un rinconcito del periódico, descubrimos que, por estar concentrados en las realidades más atroces, solemos olvidarnos de cosas tan importantes como el misterio de la naturaleza, su poder, su belleza. Y de la curiosidad del hombre, de sus búsquedas y sus hallazgos, seguramente después de muchos fracasos. De todo lo que será siempre para el espíritu sorpresa y aliento.