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Luz en el museo

Piedad Bonnett

24 de marzo de 2018 - 09:00 p. m.

Quien entre por estos días al Museo de Arte Moderno de Bogotá se encontrará con que está lleno de luz. La razón: para la exposición de María José Arjona Hay que saberse infinito se “destaparon” todas las ventanas, que habían sido convertidas en paredes para diversas exposiciones, de modo que el edificio se ve ahora tal cual lo concibió Salmona, su creador. Hay mucha vida en esa iluminación, pero también en lo que propone esta artista del performance, poco conocida en el país a pesar de sus 20 años de interesante trayectoria internacional. El espectador que asista, bien informado de los horarios, a la acción llamada Línea de vida podrá encontrarse con el sonido inverosímil de cientos de botellas que cuelgan del techo a una distancia mínima del suelo, “música” que María José activa “nadando” durante horas —en un ejercicio de resistencia muy propio de su trabajo— sobre un piso de vinilo que causa unos efectos visuales muy sugestivos. Pero, además, también podrá recorrer las varias etapas de la obra de esta artista, a la que el MamBo le ha cedido los tres pisos y los sótanos del edificio, y familiarizarse con una expresión del arte contemporáneo poco conocida por el público o que se presupone, en forma errónea, atrozmente aburrida, entre otras cosas porque demanda tiempos considerables de observación en una época dada a lo vertiginoso. Pero es que hay performances de performances. El caso es que el MamBo acertó, y está siendo visitado por estos días por un público numeroso y diverso, entre los que se cuentan niños y muchos jóvenes a quienes interesa el arte.

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Esto ocurre tan sólo a unas semanas de que la ciudad se enterara, gracias a una eficaz estrategia del museo, de sus vicisitudes económicas, que son de vieja data, y que han llegado al punto de no tener con qué pagar la nómina. No creo que haya sido fácil para Claudia Hakim, la actual directora del MamBo, lidiar con los lastres de un museo que venía medio muerto, arrastrando todo tipo de problemas, pero creo que poco a poco está logrando darle vida a un espacio muy importante para la ciudad. Porque, ¿cómo puede una capital que se respete no tener un buen museo de arte moderno, que no es otra cosa que un termómetro de lo que se está haciendo en el país y el mundo? Pero para que se dinamice un museo como el MamBo —una entidad privada sin ánimo de lucro, que recibe ayuda, pero insuficiente, del Ministerio de Cultura y del Distrito— se necesita una conjugación de factores. Digámoslo mejor: se trata de un círculo vicioso. Sólo si lo que se presenta es significativo, revelador, transgresor —como lo es todo arte— podrá conquistarse un público inquieto, curioso, joven de espíritu. En este sentido, Hay que saberse infinito, con su carácter extraño, pero también con su rigor y su belleza, significa una vuelta de tuerca en esta nueva etapa del MamBo. Pero si la empresa privada, el Gobierno, la academia, los distintos sectores del arte, los medios, la crítica, etc. no saben leer la potencialidad de lo que el museo propone y no se involucran a fondo para hacer del museo una empresa exitosa, la oscuridad volverá a arrasar con estos destellos de luz tan esperanzadores.

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