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Machismo femenino

Piedad Bonnett

30 de enero de 2022 - 12:30 a. m.

Por primera vez en Colombia, cuatro mujeres integran la Sala Plena de la Corte Constitucional. Desafortunadamente, eso no se tradujo en lo que habría sido una enorme conquista para el género femenino: la despenalización del aborto. La única de esas mujeres que votó sí fue la magistrada Diana Fajardo. En abierto contraste, tres hombres dieron su voto a favor.

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¿Cómo se explica esta insolidaridad de género en quienes saben la dosis de sufrimiento y muerte que causa considerar que el aborto es un delito que puede dar cárcel? Difícil decirlo. Las tres se ciñeron al criterio de cosa juzgada, argumento que no es rigurosamente cierto. La ponencia de Alberto Rojas, basada en la demanda de inconstitucionalidad presentada por el ciudadano Andrés Mateo Sánchez M., contiene un elemento nuevo: que la penalización implica discriminación contra las mujeres, ya que en la Constitución los hombres no ven amenazados sus derechos sexuales y reproductivos con sanciones punitivas, y además discriminación entre ellas, pues las que poseen poder económico tienen la alternativa de abortar en países donde se permite el aborto, algo imposible para las que no cuentan con recursos.

El voto de la magistrada Cristina Pardo, que es seria y competente, puede deberse a que es católica y conservadora. El de Paola Meneses, a su larga amistad con Duque, que, como buen retardatario, es enemigo de la despenalización. ¿Pero qué llevó a Gloria Ortiz, mujer liberal y supuestamente progresista, a apertrecharse en un argumento formal que ni siquiera se sostiene?

Sabemos que la dominación masculina —el término es de Bourdieu— se refleja en estructuras que determinan cientos de esquemas legales y prácticas cotidianas, entre ellas una forma de división del trabajo que deja en manos de las mujeres la peor parte. De manera que, como se afirma a menudo, si los hombres parieran ya el aborto estaría aprobado. Pero poco se habla de la asimilación y naturalización de esos esquemas del poder masculino por parte de un grupo enorme de mujeres que perpetúan el machismo del que ellas mismas son víctimas. Todos hemos visto hogares en los que la madre entrena a las hijas para que se encarguen de “atender” al padre y los hermanos hombres, que desprecian todo lo que sea oficio doméstico. O mujeres que celebran a carcajadas a los machos que repiten viejos chistes que pintan a las esposas como brujas y a las amantes como putas, o esposas que aceptan los cachos de sus maridos con la excusa de “pero en mi casa la reina soy yo”. En la mayoría de estas mujeres esas actitudes no nacen, como podría suponerse, de actitudes conscientes, sino de la forma acrítica en que ellas han hecho suyas las percepciones dominantes en el entorno social, las mismas que durante siglos han asentado la naturalización del machismo. A esa actitud de muchas mujeres, que muestra cómo también podemos ser cómplices del machismo, la llama Bourdieu “la sumisión encantada”.

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Una transformación de fondo sólo se logrará a través de una lucha sin tregua contra el supuesto de que existe una preeminencia del género masculino, pensamiento enquistado en muchos cerebros y perpetuado por la religión, por la educación en la familia y en la escuela, y por leyes desentendidas de las necesidades de las mujeres.

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