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En la feria del libro, Gabriela Wiener —una escritora que estaba presentando Huaco retrato, una novela transgresora sobre la identidad y el colonialismo apelando a la historia de su tatarabuelo, un arqueólogo francés que se llevó del Perú la bicoca de 4.000 piezas precolombinas— contó que en la misma feria se le acercó un hombre que le pidió perdón y un abrazo. Después de una breve duda, Gabriela reconoció a un antiguo compañero de su colegio que cuando niños se burlaba de ella por su aspecto de “chola” peruana. En su libro, que tiene un trasfondo biográfico, la protagonista dice: “En Lima muchas veces yo había oído asociar mi color de piel con el color de la caca”. Entrar al colegio con su padre, más blanco que ella, la hacía pensar que sería una niña “menos insultable”.
Si esas agresiones contra Gabriela fueron exactamente bullying —no lo sé—, ella ha hecho de ellas, como unos pocos, un motivo de su poderosa literatura. La mayoría no corre con esa suerte: el matoneo trae secuelas de miedo, retraimiento, baja autoestima, agresividad y suicidio, como en el caso de Drayke Hardman, un niño de sólo 12 años que en febrero se quitó la vida tras sufrir durante más de un año acoso escolar en su colegio de Utah.
A estas alturas ya es de sobra conocido el fenómeno del bullying o matoneo: las víctimas son muy diversas, niños tímidos o que tienen alguna discapacidad, padecen obesidad, son homosexuales, de una raza distinta a la mayoría y un largo etcétera. El bullying, por otra parte, no existe sin la complicidad de grupo, que puede ser de meros observadores que no intervienen o decididamente instigadores de la violencia. Lo más atroz del matoneo es que se vive como una vergüenza y, por tanto, como un secreto. Los niños matoneados no cuentan su calvario por temor a parecer “sapos” y ahondar su aislamiento. De los victimarios también se han hecho perfiles muy precisos, que se ocupan de la influencia de su entorno familiar y social. Pero hay algo más atroz: está probado que algunos de ellos vienen, precisamente, de ser víctimas de matoneo: “Todos se burlan siempre de mí por mi físico y por lo mierda y débil que soy —escribió en su diario Eric Harris, uno de los dos jóvenes que asesinaron en la escuela de Columbine a un maestro y a 12 compañeros, e hirieron a otros 24—. Pues bien, se van a enterar: les espera mi jodida venganza”. Su suicidio fue su manera de huir del matoneo, pero no sin antes arrasar con todos los que cupieron en su odio.
Traigo esto a colación porque acaba de aparecer un estudio de la U. Javeriana, realizado en 10 países de la región pertenecientes a la OCDE, en el que se revela que somos el segundo país con más bullying escolar, sólo después de República Dominicana. La pregunta que esa encuesta suscita es: ¿por qué? Yo no puedo contestarla, pero me atrevo a pensar que esta estadística no está para nada desconectada de la violencia brutal de este país, de su racismo, su clasismo, su machismo, su xenofobia, en fin, su implacable desprecio por lo diferente.
P. D. ¿De verdad ninguna autoridad puede hacer que la llegada a Corferias durante la Feria Internacional del Libro de Bogotá no sea la pesadilla que es, con trancones de más de 50 minutos para recorrer 10 cuadras? En dos semanas no se vio ni un policía de tránsito.
