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La foto me causa malestar, pero me cuesta saber por qué. En ella se ven seis mujeres dándole la espalda al fotógrafo, con zapatos de tacón alto, y con sus colas y sus piernas enfundadas en pantalones tan apretados que lucen grotescas.
O por lo menos eso me parece a mí, que siempre he encontrado ridículas y de mal gusto a las mujeres que creen que resultan más atractivas si se embuten en ropa de dos tallas menos; nada raro, por lo demás, en estas latitudes, donde tantos hombres y mujeres creen que el sex-appeal femenino se consigue llenando de silicona tetas y culos. Podría ser, pero no: las mujeres de la foto no son prostitutas, ni “mulas” cogidas en una redada, ni un grupo de chicas que concursan para un reality. Son las policías destinadas a ser infiltradas en Transmilenio para coger en flagrancia a los abusadores sexuales, las mismas que, según la teniente de policía que las organiza, Lina María Ríos, tendrán con estos atuendos el perfil “de universitarias o ejecutivas”.
¡Dios mío! No sé si sentir risa o indignación. Primero, por el show: poner a posar así a estas mujeres para la prensa me parece denigrante para ellas. Bastaba con que anunciaran que habrá personal infiltrado para cumplir con el objetivo de mostrar que están tratando de combatir esos delitos. ¡Pero claro que eso no llamaría la atención de la prensa! Sin embargo, hay otras razones para enojarse. En caso de que aceptemos que tengan que acudir al camuflaje —aunque en un país donde se respete a la autoridad bastaría con su presencia para disuadir al delincuente— ¿por qué esa caricatura que estas policías hacen de nosotras, las mujeres? ¿Y por qué creer que para atrapar a los pervertidos es necesario poner como señuelo a unas jóvenes vestidas de manera insinuante? Y entonces caigo en cuenta de por qué mi malestar: lo que se sugiere al mostrar a las policías así vestidas es que el abusador responde básicamente a la provocación, que nosotras somos las tentadoras, somos Eva: el muy antiguo y machista prejuicio que persiste. Puesta la carnada, caerán los peces.
Pero podemos ir un poco más lejos: ¿Se infiltran para que las toqueteen a ellas o para respaldar en un momento dado a la mujer que pide ayuda? ¡Y será como de película verlas hacer llaves sin poder ni flexionar las rodillas y montadas en zancos! Y todo para que, cuando exponiendo su propio pellejo logren agarrar al abusivo, las autoridades lo suelten a las pocas horas porque este tipo de delitos —como reconoce desde ya el comandante Humberto Guatibonza— son excarcelables.
¡Con qué recurrencia se equivoca la Policía! Ya dentro de poco empezaremos a ver los abusos con la pistola eléctrica taser. Y es que los miembros de esa institución, como los maestros, tendrían que ser escogidos con más rigor y recibir un entrenamiento altamente profesional que haga que el respeto por ellos sea muy alto. Pero esto, por ahora, parece ser lo que hay.
