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Nada al azar

Piedad Bonnett

21 de agosto de 2022 - 12:30 a. m.

La elección de un presidente, sobre todo en estos países pobres y convulsionados, muchas veces es el resultado de lo que Borges denomina “un infinito juego de azares”. Fue lo que pasó con Pedro Castillo en el Perú, maestro rural de una de las zonas más pobres, y líder sindical que antes de dirigir una huelga de maestros en su región, era un total desconocido, pero a quien favoreció, sobre todo, el odio al fujimorismo, una tendencia política de derecha permeada por la corrupción y con antecedentes de atroces violencias. Como pasó en Colombia, la mayoría de votantes peruanos no se inclinó por un centro izquierda moderado, sino que apostó por las promesas de cambio de Castillo, entre las que se contaban la nacionalización del oro, la plata, el uranio, el cobre, el litio y el desmantelamiento, en aras de la protección del medio ambiente, de algunos de los más importantes proyectos mineros. Muchos de los cambios anunciados por el maestro rural son necesarios, y otros, aunque polémicos, sonaban atractivos. Sus progresistas partidarios, por lo demás, se hicieron los de la vista gorda ante su conservadurismo frente al aborto o el matrimonio homosexual. Con lo que no contaron fue con que su candidato no tenía ninguna experiencia política y con que, más allá de sus planteamientos generales, no tenía la menor idea de cómo implementarlos. Su improvisación ha sido tal, que ni siquiera pudo posesionar a sus ministros el día programado ―luego ha tenido que reemplazar a 12 de ellos―. Sin rumbo claro, peleado con la prensa, a la que tardó seis meses en dar entrevistas, Castillo se ve confundido, y, como todo confundido con poder, en plan autoritario y sin autocrítica. Hoy el 74 % de los peruanos desaprueba su gestión, salpicada por toda clase de escándalos.

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Castillo es aquí sólo un ejemplo de cuál puede ser el resultado de un voto masivo guiado por la desesperación, el odio y hasta el romanticismo. O el miedo. Yo me pregunto qué habría sido de este país si, guiado por este último, hubiéramos elegido a Rodolfo Hernández, cuya figura se desdibujó después de su derrota por la sencilla razón de que su liderazgo nunca existió. Era sólo una ficha para trancar a Petro. Hoy quiere renunciar a su curul para ser gobernador de Santander, pues lo que le ha gustado siempre es ejercer el poder local, y, como ha dicho, no incomodarse dejando las rutinas familiares. ¿Y sus votantes qué?

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Como Gómez Buendía, a pesar de mis reticencias también estoy soñando con que Petro, un hombre formado y con una larga experiencia, logre hacer un buen gobierno. Por eso me inquieta ver ciertas improvisaciones, pero, sobre todo, que no explique su ausencia ante los alcaldes, el porqué de la postergación de la ceremonia de transmisión de mando de los militares o la postura del país frente a Nicaragua.

CODA. Una parlamentaria del Pacto Histórico pone un tuit donde conjuga el verbo haber sin h. Y la ministra de Cultura escribe otro (“Ayer, abrace la verdad…”) donde la coma va en un lugar equivocado y no hay tildes donde debía haberlas. Dirán que son minucias. Pues no. Y no porque el lenguaje haya que “respetarlo”, como dicen, sino porque ese es el vehículo que permite formular ideas, desarrollar el diálogo, entenderse, crear sentido de pertenencia. Y por tanto, el cambio.

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