Por el respeto

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Piedad Bonnett
10 de junio de 2018 - 04:00 a. m.
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Entiendo que ante el peligro de que gane Duque, cientos de personas ansiosas estén promoviendo votar por Petro. Entiendo también que el regreso del uribismo traerá toda clase de horrores: tantos, que resulta imposible enunciarlos en una sola columna. Pero lo que no puedo comprender es la satanización que están haciendo de los que van a votar en blanco, las injurias y el ensañamiento infame contra ellos, que lleva a decir a algunos que “pareciera una calculada estrategia orquestada para desconcertar y sembrar la confusión en las filas de la ciudadanía libre; un perverso intento de atravesarse como una mula muerta entre el país y la Esperanza”. Así, con mayúscula, han escrito esperanza, asimilándola al candidato de la Colombia Humana. ¿Y si para el que vota en blanco Petro no encarna ninguna esperanza?

Un descabellado profesor de matemáticas, petrista él, tiene el descaro de decirle a Fajardo que no se autodenomine profesor porque en el mundo político en que se mueve los problemas sólo se usan “como estrategia para acceder al poder, para perpetuarse en él o para enriquecerse”. Ese señor –que aunque matemático se contradice– no cree que la política pueda ser ennoblecida cuando a ella llegan personas que la conciben distinto –como se supone que hace Petro– y se olvida de que hubo antes otra ola verde que seguía al profesor Antanas Mockus. Que no por estar en la política ha dejado su condición de maestro.

Hasta donde yo sé, el voto ideal en una democracia es el que se hace a conciencia. ¿Y si los que consideran que están obligados a elegir entre dos males, no quieren votar por el menos peor? ¿Y si se sienten violentados con el voto meramente pragmático? Respetable, ¿no? Pero ahora no los bajan de hijueputas, de traidores a la patria, de uribistas camuflados. Sobre Fajardo y De la Calle cae, de mano de sus propios votantes, lo que los gringos llaman shitstorm: una tormenta de mierda. Increíble: los que le apuestan a la Colombia Humana para trancar la violencia que traería el uribismo, matoneando a los que no adhieren a ellos. Lo que asoma es el mundo propio del “histerismo activo” de las redes sociales, en el que predomina —como bien explicó en Arcadia Carlos Cortés— el pensamiento binario y la falta de empatía por el otro. La comunicación digital “pobre en mirada” y “pobre en complejidad” de la que habla Byung- Chul-Han. También está probado que ser fundamentalista proporciona más felicidad que ser moderado. Y que desde esa emotividad polarizante, los moderados solemos ser considerados unos pendejos.

Los mismos que se asquean porque un personaje como César Gaviria traiciona la ideología liberal y sacrifica a su partido para no perder los privilegios del poder —y sí, da asco— llenan de insultos a las personas de centro que son consecuentes con su pensamiento. Y minimizan las inconsistencias de Petro. Porque, como señala Manuel Arias en La democracia sentimental, “tendemos a instalarnos en nuestras opiniones, cargándolas con emociones, blindándolas ante el exterior”.

Lo que indigna, otra vez, es que los que quieren un país distinto en vez de argumentar ataquen y descalifiquen. Porque tan respetable es el voto por Petro por miedo a Uribe como el voto en blanco por miedo a Uribe y a Petro.

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