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Para qué. Mucho se ha hablado de las chichoneras para renovar el pase y de cómo los Centros de Reconocimiento de Conductores no estaban preparados para atender tanta demanda. Pero poco se ha preguntado sobre la necesidad de la medida y sobre todo si se está logrando lo que se busca con ella.
Pues bien: mi experiencia me dice que habría que ahondar un poco en el asunto. Fui hace ya unos meses, cuando todavía no había esas colas desestimulantes, a cambiar mi pase categoría 4, con el cual, vaya uno a saber por qué, yo podía conducir vehículos de servicio público, y me encontré de entrada con que la persona que atendía el CRC me avisó que tendría que esperar mínimo de una a dos horas. Acepté, resignada pero también esperanzada, pues no había más de cinco personas en la antesala. Cuando llegó mi turno, hora y media después, empecé mi periplo de consultorio en consultorio. En audiometría y optometría, aunque los médicos eran unos jovencitos imberbes, todo estuvo bien. El tercer paso ya puso problema, porque “el sistema se cayó”. Cuando se recuperó, a la hora, entré a la prueba psicológica, como imagino se llamará. Infortunadamente no pude tomar apuntes, pues salí de allí oscilando entre el estupor y la risa. Muchas de las preguntas eran de este tipo: ¿consume alucinógenos?, ¿tiene problemas de alcoholismo?, ¿siente que todo el mundo lo odia y se burla de usted?, ¿tiene o ha tenido alucinaciones?, ¿es usted una persona que no sabe dominar su ira?, ¿cuando va manejando es agresivo con los demás conductores? No creo, sinceramente, que nadie que esté allí esperando su nuevo pase vaya a contestar que sí a alguna de esas preguntas. Ni el alcohólico, ni el enfermo ni el matón del barrio. También había unas pequeñas pruebas de relaciones espaciales y ya. En el siguiente paso sucedió algo similar: un médico preguntaba: ¿tiene usted alguna enfermedad importante? ¿Sufre de tensión, asma, diabetes, migrañas? Cada ciudadano contesta lo que quiere, le firman su papel y pase por su pase. Como me dijo el mismo médico del CRC: para que esto fuera serio, los que debían certificar el estado de salud de los que aspiran a renovar el pase tendrían que ser los de las EPS, porque son los que tienen la historia clínica de sus pacientes.
De todo eso me acordé esta semana cuando vi cómo un joven taxista, más congestionado que su pasajero, batallaba con su carro, que se quedó colgado en una calle con una ligera pendiente: cada vez que trataba de arrancar se deslizaba unos metros hacia atrás, creando el pánico. Creo que a él no le hicieron la pregunta más importante: ¿sabe usted manejar?
Por qué. En días pasados fui testigo del desconcierto de un grupo de indígenas de la Sierra Nevada, cuando al entrar en un edificio de consultorios les pidieron “un documento que no sea ni la cédula ni el pase”. Creo que a una buena parte de colombianos —a los que no somos socios ni afiliados de nada— esa exigencia nos resulta difícil de cumplir. Pero hay un razonamiento que nadie se hace: si los vigilantes no pueden garantizar la custodia de esos documentos, ¿con qué derecho los piden?
