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Cada tanto uno de nuestros políticos sale con un exabrupto, desatando burlas o indignación y rabia. La más reciente insensatez —por no decir infamia— fue de la senadora Sandra Ramírez, del partido Comunes, quien hablando de los secuestrados afirmó que “dentro de esas cárceles tenían sus comodidades, (…) su camita, su cambuche…”. Cinismo, naturalización del horror, insensibilidad mostró la exguerrillera antes de disculparse.
Como esa frase, cientos. La desalmada de Álvaro Uribe, a propósito de las víctimas de los “falsos positivos” de Soacha: “Esos muchachos no estarían recogiendo café”. Y la que pronunció sobre Areiza, uno de los testigos en su contra: “Es un buen muerto. Si no, que lo diga Cepeda”. Famosa es la de “le voy a dar en la cara, marica”, acorde con su idea de masculinidad, que quedó clara cuando le dijo a Chávez: “Sea varón y quédese a discutir de frente”. Al mismo clan de matones pertenece Rodolfo Hernández con: “Si usted sigue jodiéndome, le pego su tiro”, y con la comparación que, con la finura que lo caracteriza, usó para hablar de un candidato: “Lo han manoseado más que una (sic) prostituta de por allá de Puerto Wilches, que lo único que no le pasó por encima (sic) fue el ferrocarril”.
Si la gramática —como mínimo— le queda grande a Hernández, ni se diga cómo le queda a Petro, que nunca ha puesto bien una coma: “Sabes qué, @Iván Duque no festejes en mi tierra los triunfos paramilitares de tu séquito, solo saben a sabor (sic) de cocaína y genocidio”. Lo increíble es que hace poco saludó con este trino, igualmente mal escrito, al mismo Poncho Zuleta que alguna vez en tarima gritó: “No joda, viva la tierra paramilitar, vivan los paracos”: “Recibo tu saludo Poncho, gracias, ayer dialogue (sic) en el valledupar (sic) con el maestro Santander Durán. Se voltió (sic) la.arepa (sic), ahora si (sic) la cultura de verdad”. No sólo se volteó la arepa, según parece.
De las metidas de pata de Duque, ni hablar. En la Unesco, por ejemplo, explicó con rigor científico por qué “siete es un número importante para la cultura. Tenemos las siete notas musicales, las siete artes, los siete enanitos. Mejor dicho, hay muchas cosas que empiezan por siete”. En Twitter, con rigor histórico, escribió que “hace 200 años el apoyo de los padres fundadores de los Estados Unidos a nuestra independencia fue crucial”. Marta Lucía Ramírez, por su parte, invitó a los colombianos en pandemia “a no ser atenidos”, y afirmó que “hay demasiadas sicólogas y sociólogas”. Alejandro Gaviria, novato, se pifió doblemente cuando dijo que había dormido mal. Claudia López, con sentido práctico, aconsejó a una vendedora que pedía ayudas, sin siquiera mirarla: “Trabaje juiciosa, trabaje juiciosa”, y al empresario que se quejó por el mal estado de las calles le respondió, con tono de madre: “Los rines de tu lujoso carro pueden esperar”. Paloma Valencia, de pensamiento terrateniente, propuso dividir el Cauca en dos, uno para los indígenas y otro para los mestizos. Y María Fernanda Cabal… ay, no cabrían en una columna todas sus frases iluminadas. Elijo dos: “La masacre de las bananeras, otro de los mitos históricos que traen siempre en la narrativa comunista”. Y esta, sobre la violación de los soldados a una niña embera: “Mucho cuidado, que no sea un falso positivo”.
