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Creo que buena parte del fracaso de Petro en el manejo de la capital tiene una explicación: estaba en el lugar equivocado.
La inteligencia, la valentía, la capacidad crítica y combativa que mostró como analista de la realidad social, expositor brillante en el Congreso y hombre que se empeñó en denunciar la inequidad y la corrupción nacional, no funcionaron sino parcialmente a la hora de ser alcalde. Mientras como senador su tarea no sólo resultó eficaz sino definitiva, como alcalde se mostró siempre terco, arrogante, altanero y a menudo insensato, a pesar de sus buenas intenciones.
¿Por qué esa diferencia? ¿Ser buen político no implica poder desempeñarse bien en cualquier posición? No necesariamente. Así como un médico no siempre sirve para ejercer cualquier especialidad ni todo músico es igualmente talentoso con todos los instrumentos, así puede haber inclinaciones vocacionales en los políticos. El puesto de alcalde, para volver al punto, exige unas condiciones muy particulares, que no se improvisan. Además de voluntad de servicio y sensibilidad social, un alcalde debe tener una concepción clara y bien articulada de la ciudad que quiere, concepción que a su vez esté inscrita en un marco ideológico. En otras palabras, un alcalde debe tener, en buena medida, mentalidad de estadista. No le basta ser un buen técnico ni tampoco un buen gerente, como pretende el presidente Santos. Y sin embargo, debe también saber elegir un equipo de expertos de alto nivel en cuyos criterios pueda confiar, para, de su mano, poder lidiar con los intríngulis burocráticos y pactar con las distintas fuerzas políticas y cívicas.
Ser a la vez buen administrador y buen político no es para nada sencillo: desde que apareció la ciudad moderna, su manejo se convirtió en un reto que obliga a hacerla objeto de estudio permanente. Las ciudades cambian a un ritmo vertiginoso, y exigen soluciones no sólo creativas sino altamente técnicas. Basta ver, por ejemplo, el milagro que significó Transmilenio para la vida de los bogotanos, y la rapidez con que se hizo ineficiente, por la sencilla razón de que no evolucionó al ritmo que se necesitaba.
Creo que Petro tenía una concepción de ciudad, pero que no fue táctico ni eficaz a la hora de dar la batalla para conseguirla, en parte por su talante, en parte porque sus habilidades gerenciales resultaron nulas. Insisto: estaba en el lugar equivocado. El mismo en el que pareciera estar siempre Enrique Peñalosa, que aspira ahora a la Presidencia y no a la Alcaldía.
En el estado calamitoso en que está Bogotá, vale la pena que nos preguntemos por la capacidad de los candidatos. ¿Tendrá Pacho Santos, por ejemplo, un proyecto de ciudad en la cabeza? ¿Y Gina Parody habrá acumulado experiencia suficiente? ¿Tiene Carlos Vicente de Roux la garra política necesaria? Nunca había sido tan urgente el voto consciente de los bogotanos, ni nunca habíamos necesitado tanto un alcalde para el cual la ciudad sea una pasión y no un trampolín político. Alguien que trate de configurar una ciudad justa, donde la cotidianidad no sea el infierno que es hoy en día.
