El egoísmo del padre o la madre, su autoritarismo o su descuido pueden hacer mucho daño. Pero también el amor o el deseo de moldear a los hijos a nuestra imagen y semejanza o como parte de un proyecto ideológico que los convierte en experimento. De esto último tratan dos novelas colombianas recientes, ambas de lectura perturbadora. Se trata de Volver la vista atrás, de Juan Gabriel Vásquez, y Lo que no fue dicho, de José Zuleta Ortiz. La de Vásquez recrea la vida de Sergio Cabrera, el conocido director de La estrategia del caracol, cuyo padre fue el director de teatro, actor y declamador español Fausto Cabrera, radicado en Colombia hasta su muerte. La de José Zuleta —hijo de Estanislao, el riguroso filósofo colombiano autor de Elogio de la dificultad y otros ensayos— recrea su propia vida, concentrándose, como Vásquez, en la etapa de la niñez y la juventud. A pesar de que su materia prima es lo biográfico, las dos son novelas: Vásquez construye sus personajes con una vivacidad que escapa de la mera crónica; Zuleta fabula por momentos y se vale de la memoria, con todo lo que de imaginación hay siempre en ella.
El primer logro de Vásquez es haber descubierto la potencia de la historia, que oyó de boca de Sergio: la de un padre que, llevado por el ideal de la revolución, empuja a su esposa y a sus hijos adolescentes a la militancia, primero en China, en los tiempos más recalcitrantes y delirantes de Mao Tse-tung, los de la Revolución Cultural, y luego en Colombia, como guerrilleros del Epl. El segundo logro es la articulación de la historia con gran habilidad y a partir de una investigación enorme, imbricando lo íntimo con lo histórico hasta iluminar un momento definitivo del siglo XX, el de la lucha armada, y mostrando cuánta locura, fanatismo, manipulación y fe en una causa puede caber en el pecho de un hombre.
El libro de José Zuleta es otra cosa: la valiente revelación de lo que para él y sus hermanos significó el abandono de la madre en edades tempranísimas y su posterior reencuentro con ella, cuando José tenía ya 27 años, el encuentro de dos desconocidos; y también, cómo marcó su vida el hecho de que su padre —un pensador marxista que estaba convencido de que la educación colombiana fue concebida “para que los individuos no actúen”, ni piensen, ni sean “sujetos de su historia”— los hubiera sacado de la escuela a los ocho o diez años, para siempre. Con una honestidad enorme, sin juzgar a esos padres extraños, José Zuleta nos sumerge en un mundo de enorme soledad, de sentimientos encontrados, donde el niño y el adolescente se va formando a instancias de los fogonazos formadores del padre —que los hace lectores, jugadores de ajedrez, amantes de la música— y también de dolores, de preguntas, de añoranza de la madre. Las últimas páginas son de una dureza conmovedora: la madre vieja y enferma ensaya relatarle su vida, pidiéndole que la escriba, y lo que se descubre es un personaje avasallante, dolido y amargo, perseguido por el pasado.
Las preguntas se multiplican mientras leemos: ¿cuánto daño hicieron esos padres? ¿Cuánto bien? ¿Es el talento de esos hijos resultado de esos sueños quijotescos, de esa aventura existencial, o más bien de su rebeldía? Ustedes juzgarán cuando lean, queridos lectores.