“Presidenta Bachelet no es tramposa como sí lo es el presidente Santos, que esconde la trampa en la patria a la cual engaña”.
Con este trino respondió el expresidente Uribe otro de Santos, absolutamente innecesario y tan pendenciero como el de su rival: “Qué gran ejemplo el del presidente Piñera, que con nobleza le ofreció todo su respaldo y apoyó a su sucesora. La patria está por encima de todo”.
Este tipo de enfrentamiento será el pan de cada día ahora que Uribe como senador tendrá que lidiar con opositores cargados de argumentos que encenderán su soberbia y lo harán salir de casillas. A decir verdad, a ese lenguaje suyo, mitad de rufián de barrio, mitad de adolescente retador, nos tiene ya acostumbrados este hombre “cargado de tigre”, que no tiene empacho en gritar “si me lo encuentro le rompo la cara, marica” o “Santos canalla”. Pero resulta que el suyo es apenas una muestra del lenguaje desfachatado que ahora usan, como si nada, los que supondríamos estadistas. “Por más que te disfraces, majunche —le espetó Chávez alguna vez a Henrique Capriles—, tienes rabo de cochino, tienes orejas de cochino, roncas como un cochino…”. Y Maduro, en días pasados, emulaba la ironía de su antiguo jefe con alusiones picarescas: “... aquí somos reyes del respeto, la tolerancia y el amor —le dijo a la oposición—. Vengan pa’cá, siéntense (…) puede ser en privado, cerradito, y nos decimos todo lo que nos tenemos que decir. Tengo muchas cosas que mostrarles que no las pienso enseñar en público, pero se las puedo mostrar a ustedes…”. Tan chistoso.
No se trata de propender por un lenguaje aséptico en política; bienvenidos son el apunte imaginativo y la expresión popular que condensa y revela; y la mordacidad, siempre y cuando sea inteligente, fina e ingeniosa. “Tengo dos entradas para el estreno de mi nueva obra; trae un amigo… si es que lo tienes”, le escribió George Bernard Shaw a Winston Churchill. “Lo siento, no puedo ir la primera noche, lo intentaré la segunda, si es que la hay”, le contestó este. Así vale la pena ver casar peleas.
Lo que celebraríamos, en todo caso, sería un lenguaje creativo, que exprese con agudeza ideas y pasiones, y que le hable a la gente desde la convicción, con enfoques novedosos, nacidos tanto del estudio de los teóricos como del conocimiento de la realidad. Desafortunadamente, en contraposición al insulto o a la mofa burda, lo que encontramos casi siempre son los lugares comunes, las frases hechas, lo previsible y lo manido, la entrevista cuyas respuestas sabemos de antemano y el discurso vago, soso, repetitivo. A ese lenguaje de cartón piedra lo llamó García Márquez el “blablablá histórico”, y refleja un país igualmente petrificado y lleno de clichés: “…la pureza del lenguaje, los ejemplos para el mundo, el orden jurídico, la prensa libre pero responsable, la Atenas suramericana, la opinión pública, las lecciones democráticas, la moral cristiana, la escasez de divisas, el derecho de asilo, el peligro comunista, la nave del Estado…”, etc., etc. Ah, y la patria, que “está por encima de todo”. Una frase tan de Uribe, pero esta vez usada por Santos, su antiguo aliado.