A pesar de algunas crisis, el premio Nobel sigue teniendo credibilidad y creando expectativas en el mundo entero. En los días previos hay una espera llena de curiosidad, y el resultado desata apasionadas controversias. Sobra decir que no hay ningún premio que esté exento de equivocarse o de ser injusto, por la sencilla razón de que los jurados son humanos falibles, y porque en algunos casos, infortunadamente, hay detrás intereses creados. Pero en el caso particular del Nobel, yo creo que si examinamos la lista de los muchos elegidos en sus 57 años, debemos estar agradecidos de que el premio exista.
Lo que fundamentalmente premia el Nobel en las seis disciplinas que abarca –Física, Química, Medicina, Economía, Literatura y Paz– es un aporte sustancial a la Humanidad, que enriquezca nuestras vidas o las transforme positivamente. Pero además premia una trayectoria, un camino. En una época de gran individualismo, es aleccionador ver cómo muchos de los premios a las categorías científicas revelan la importancia del trabajo en equipo, y cómo se evidencia que cada descubrimiento, individual o colectivo, le debe mucho a los aportes de los que los antecedieron. Este año el Nobel de Física fue otorgado a tres científicos, un británico, un francés y un estadounidense; el de Química a uno de Japón, otro de Australia y otro de Estados Unidos; y el de Medicina a un japonés y dos norteamericanos. Colaboración y méritos compartidos.
También es hermoso ver, en tiempos donde todo es efímero y vertiginoso, que se premia la perseverancia, una virtud que se alimenta de la curiosidad y la pasión, y los años y años de investigación, de abocarse al fracaso y de trabajar duro. Y finalmente, también es alentador comprobar que es en las universidades –ahora perseguidas y desfinanciadas en Estados Unidos, y consideradas obsoletas por los pragmáticos que solo piensan en la capacitación rápida y en la demanda del mercado– donde se sigue generando el saber de las ciencias naturales y sociales.
En Literatura, los premios que más agradezco son los que nos revelan escritores que no estaban en nuestro radar y ni siquiera, muchas veces, en nuestras librerías, como el húngaro László Krasznahorkai, al que ahora podremos leer y decidir si nos gusta o no. También en este terreno se premia un largo quehacer, una vida dedicada al que pareciera el más solitario de los oficios, pero que solo puede resultar bien cuando viene precedido de innumerables lecturas, del diálogo silencioso con los que a través de los siglos han dedicado su imaginación, su tiempo y su talento, a explorar tanto la belleza como el horror del mundo, y las contradicciones del ser humano, sus infinitos matices, a través de ese milagro que es el lenguaje.
Tal vez el premio Nobel más polémico y más susceptible de otorgarse equivocadamente es el de Paz, porque muchas veces tiene un trasfondo político que responde a intereses ideológicos. Sería muy mezquino no reconocerle a María Corina Machado el mérito de haber luchado durante años, con valentía y grandes sacrificios, contra un tirano que ha hecho tanto daño a los venezolanos. Pero es una lástima –todo hay que decirlo– que haya dedicado su triunfo a Trump, encarnación de la peor derecha, y tan tiránico, cínico y matón como Maduro.
