Desde su campaña el presidente Petro ha hablado de la necesidad de reivindicar a las minorías étnicas históricamente discriminadas. Fiel a esa convicción, puso en la Casa de Nariño el busto de Juan José Nieto, supuestamente único presidente negro (algunos creen que era mestizo), y nombró ministros a algunas personas preparadas y con amplia trayectoria, como los afrodescendientes Aurora Vergara y Luis Guillermo Murillo, o como la líder arhuaca Leonor Zalabata, embajadora ante la ONU. Desafortunadamente, también ha nombrado a numerosas personas de esas minorías que resultaron ineptas para el cargo, como María Isabel Urrutia, cuyo paso por el Ministerio de Deporte fue desastroso, y a otras que le renunciaron, como la dirigente indígena Lena Estrada, o a las que sacó sin explicaciones. Una de las damnificadas fue la vicepresidenta Francia Márquez, tratada con desdén por el mandatario a pesar de que tuvo mucho que ver con su victoria, que fue despedida del Ministerio de la Igualdad.
Hoy por hoy, el gabinete quedó prácticamente desprovisto de la diversidad étnica que alguna vez tuvo, y Petro enfrenta incluso una tutela de un líder afrodescendiente —aceptada por la Sección Cuarta del Consejo de Estado— porque cargos que deberían estar en manos de las comunidades negras “han sido ocupados por individuos que no cumplen con los requisitos mínimos de pertenencia o experiencia en los procesos organizativos de los mismos”.
Resulta contradictorio que un político que ha enarbolado ese discurso reivindicativo haya incurrido en comentarios racistas. Muchos nos estremecimos cuando, en uno de sus inefables consejos de ministros, le oímos decir “a mí nadie que sea negro me va a decir…”. Ya en otra ocasión había dicho, refiriéndose a un magistrado, irrespetuosamente y haciendo gala de un simplismo que desconoce la complejidad de los seres humanos: “Poco entiendo de por qué los hombres negros pueden ser conservadores”. Petro demuestra que, como tantos, cae en el racismo inconsciente o sesgo implícito que la sociedad colombiana encierra.
Ahora al presidente ataca a diario, con términos despectivos, a los “blanquitos”, y dijo, provocadoramente, que “todos los embajadores, a los que llamo blancos porque se criaron de la diplomacia feudal —vaya uno a saber qué quiere decir eso—, se van”; como si un gobernante pudiera nombrar a los funcionarios por el color de su piel, desconociendo estudios, eficiencia y trayectoria. ¿No es eso “racializar el discurso”, como dijo su exministro Murillo? Pero, además, hay algo que resulta patético: que el hombre que ha dejado caer, como quien no quiere la cosa, que a la familia italiana de la que desciende “dicen que le otorgaron un título nobiliario”, piensa que lo atacan, no por sus ideas, sino por su color de piel: “Blanquitos que no quieren a Petro. ¿Por qué? Ah, porque soy café con leche”. En este país hay racismo, claro, pero es bueno que recuerde que la mayoría somos, como él, mestizos.
Empeñado como está en crear una “polarización tóxica” que enardezca a sus huestes (el término lo usa Rodrigo Uprimny), Petro está instigando, pues, otro odio más, el racial, a sabiendas, como él mismo ha dicho, que “raza” es una categoría obsoleta, “un concepto ideológico que apunta a la discriminación”.