Muchos descubrimientos tecnológicos o científicos plantean grandes dilemas éticos. Pratik Desai, un científico computacional que ha fundado algunas empresas en Silicon Valley enfocadas en Inteligencia Artificial (IA), acaba de plantear una posibilidad que ha desatado ya debate: la de “resucitar” a nuestros muertos. Desai escribió en Twitter: “Empiece a grabar regularmente a sus padres, ancianos y seres queridos. Con suficientes datos de transcripción, nueva síntesis de voz y modelos de video, hay un 100 % de posibilidades de que vivan con usted para siempre después de dejar el cuerpo físico. Esto debería ser posible incluso a finales de año”.
Aunque parezca increíble, la literatura ya anticipó esta posibilidad y con métodos idénticos. En La invención de Morel, una novela de ciencia ficción aparecida en 1940, del argentino Adolfo Bioy Casares, un fugitivo político llega huyendo a una isla aparentemente desierta. Recorriéndola descubre, sin embargo, un museo, una capilla y una piscina, y un grupo de personas, entre los que se encuentra una mujer hermosa a la que él intenta acercarse en la playa. Pero la mujer no parece verlo. Con el paso del tiempo, y de las páginas, vemos que esas apariciones de los habitantes de la isla son reiteradas e idénticas. El narrador –que es el prófugo– deja consignadas sus apreciaciones y sus descubrimientos: resulta que Morel, el hombre que convocó al grupo a la isla, los grabó a todos con una máquina inventada por él, que los inmortaliza, no ya como lo hace la fotografía, de manera estática, sino en imágenes con movimiento. Lo que ha estado viendo el prófugo, pues, es una grabación. Halagado con la idea de pasar él mismo a la inmortalidad, decide usar la máquina. Lo que comprende y desencadena cuando se graba –que no puedo contarles para no dañarles la novela– es pavoroso. Como pavoroso puede llegar a ser lo que vaticina Desai que puede hacer la IA.
¿Y es que en realidad quisiéramos sentar a nuestra mesa a ese que se fue, a nuestra madre, nuestro hijo, el amigo entrañable? ¿No sería doblemente doloroso ver a esos seres que amamos deambular en nuestros espacios sabiendo que ahora son mera ficción? La pata de mono, un cuento de W.W. Jacobs, indirectamente da la respuesta. En él la familia White, que ha heredado la pata como talismán, formula el primero de los tres deseos posibles, aunque han sido advertidos de que el precio que se paga cuando se cumplen es alto. El primer deseo del padre es dinero para saldar una hipoteca. Horas después reciben la noticia de que su único hijo ha sido aplastado por una máquina en su trabajo y que recibirán 200 libras como compensación. La cifra que necesitaban. Desesperada, la madre, toma la pata y formula el segundo deseo: que su hijo resucite. Al rato se oye el timbre de la puerta, los padres se miran y el lector intuye que están pensando que lo que verán puede ser terrible. Entonces el señor White se apresura a pedir el tercer deseo, sin consultar a su esposa. La madre abre la puerta y no hay nadie.
Adenda: No se pierdan la premiada película colombiana Un varón, dirigida por Fabián Hernández. Una obra impecable y conmovedora sobre las exigencias a la masculinidad en Latinoamérica, filmada en la barriada bogotana donde el director creció.