Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Sin mi esposa yo no sería nada

Piedad Bonnett

14 de octubre de 2018 - 01:30 a. m.

Este año una serie de escándalos dentro de la Academia sueca, entre los que se cuentan las acusaciones de acoso que un grupo de mujeres hizo a Jean-Claude Arnault, uno de sus miembros, hicieron que no se otorgara el Premio Nobel de Literatura. Me sorprendí sintiendo tristeza por esa ausencia. Me imagino que tiene que ver con que casi siempre se siente gozo con la revelación del nombre del elegido, bien sea porque uno lo ha leído y lo admira, o porque es un desconocido, y su revelación puede traernos la felicidad de lecturas nuevas. Pero también con que ese premio de premios, a pesar de todo, sigue teniendo credibilidad. Y digo a pesar de todo, no sólo porque la Academia acaba de enseñarnos cierta podredumbre en sus entrañas, sino porque en este, como en todos los concursos, también hay premiados que resultan insustanciales y olvidables.

PUBLICIDAD

Y es que, como sabemos, los premios hay que recibirlos con cierta dosis de escepticismo, porque son siempre relativos. Sobre este tema —entre otros— versa una película que acaba de estrenarse, La esposa —basada en una novela de Meg Wolitzer, dirigida por Björn Runge y actuada soberbiamente por Glenn Close—, que comienza con el otorgamiento del Nobel de Literatura a David Castleman, un escritor de larga trayectoria. Que el director sea sueco no es un dato secundario, pues se permite hacer algo que tal vez uno de otra nacionalidad no haría con la misma frescura y sentido del humor: burlarse un poco de toda la parafernalia alrededor del premio y de las rigideces de la tras escena, que hacen que en cierto momento los genios aclamados parezcan escolares inseguros que se disponen a una sesión solemne.

Con el mismo sentido del humor, pero también con cruel agudeza, el director nos va descubriendo la intimidad del ganador, con sus aspectos irrisorios y sus fragilidades, y su mediocridad, que él es primero en conocer. Una realidad que nos lleva a descubrir cómo la esposa ha sido definitiva en su carrera de éxito —“sin mi esposa yo no sería nada”, dice Castleman en su discurso—, pero ha permanecido en la sombra como parte de un orden de cosas que se acepta como natural, y de unas circunstancias que terminaron por atraparla y hacerla parecer como mera acompañante.

Read more!

A pesar de que las revelaciones finales de la historia se intuyen desde antes de que se nos descubran, la película plantea de forma inteligente y matizada la relación intelectual y afectiva de un matrimonio que comenzó como un enamoramiento entre maestro y discípula. Y todo lo que se puede llegar a cocer en un matrimonio que lleva 40 años: los secretos, los silencios, los apegos, la rabia, las luchas de poder, el amor, y, sobre todo, el profundo conocimiento mutuo. Ese que permite que veamos en la mirada de la esposa, durante la estancia en Suecia en los días de la premiación, la saciedad frente a los chistes repetidos del marido, la incomodidad frente a sus veleidades de seductor, la molestia por las boronas en su barba, y la rabia por lo que ella sabe y nosotros empezamos a comprender. En fin, las miserias humanas que descubrimos todos los días, aun en los prestigiosos ganadores del premio Nobel. Y, como quedó en evidencia este año, hasta en uno que otro de los académicos que lo otorgan.

Read more!

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.