Tiempos inquisitoriales

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Piedad Bonnett
22 de abril de 2017 - 04:52 a. m.
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Alguna vez oí a un profesor universitario, en un lapsus, decir “lesbiana” en vez de feminista. Y en una conversación de mujeres, confirmé, aterrada, que algunas de ellas creían que “homosexual” era sinónimo de pederasta. Y es que, asómbrense: en la Vigésima primera edición (de 1994) del diccionario de la Real Academia Española todavía se definía “pederastia”, en segunda acepción, como “concúbito entre personas del mismo sexo o contra el orden natural, sodomía”. Definición con ideología incluida. Así funcionan, inconsciente o conscientemente, los prejuicios.

Traigo esto a colación por dos trinos recientes del exprocurador Ordoñez sobre el ministro de Salud Alejandro Gaviria: “Colombia es un país creyente, por eso no merece ministros ateos”; y “¿Dejaría usted la salud de su familia y la educación de sus hijos en manos de un ateo?”. El señor exprocurador, destituido por corrupto, parte del supuesto de que debemos desconfiar de los ateos, seguramente por perversos, inmorales, etc. Piensa él que ser creyente católico garantiza bondad, olvidando los innumerables casos, esos sí de pederastia, ni más ni menos que de ministros de la Iglesia, curas infames que han causado daño a miles de niños de todo el mundo. Y olvida que los sicarios colombianos, antes de matar, van y rezan para que les salga bien el mandado, y se cuelgan escapularios esperando que estos los protejan. Olvida también el señor Ordoñez, rezandero insigne, que existe una cosa que se llama ética, que no es otra cosa que un conjunto de principios a los que uno puede ceñirse independientemente de sus creencias; que es más meritorio actuar de forma correcta por convicción que por miedo al infierno; y que muchos hombres que han hecho grandes aportes a la humanidad han sido y son ateos confesos, como Bertrand Russell, Freud, Peter Higgs (que descubrió el bosón de Higgs), Eric Fromm, Chaplin, Stephen Hawkings, Carl Sagan. Y no hablo de Voltaire o de Marx para no asustarlo. Pero, sobre todo, olvida el Artículo 2º de la Ley 133 de 1994, que dice textualmente que “ninguna Iglesia o confesión religiosa es ni será oficial o estatal”, es decir, que estamos en un Estado laico donde caben todas las religiones y todos los ateos, hasta un ministro.

Uno creería que la tolerancia y el respeto por la vida del otro —tan predicadas por el papa Francisco— son virtudes de todo católico ferviente. Pero no. Es que, como explica bien Yuval Noah en De animales y dioses, “los monoteístas han tendido a ser mucho más fanáticos y misioneros que los politeístas. (…) Puesto que los monoteístas han creído por lo general que están en posesión de todo el mensaje del único Dios, se han visto obligados a desacreditar a todas las demás religiones”. Sí, señor Ordoñez: de acuerdo con el Anuario Pontificio, este país que tiene a su haber más de seis millones de víctimas de la guerra desde 1984 y uno de los más altos índices de corrupción de Latinoamérica, está ubicado en el número siete entre los diez países con mayor número de católicos en el mundo. Un dato para usted y tantos otros que han salido de las cavernas animados por su espíritu inquisitorial, que nos están devolviendo a los tiempos de monseñor Builes, cuando los curas en los púlpitos llamaban a matar liberales.

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