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Un país inviable

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Piedad Bonnett
21 de mayo de 2016 - 05:48 a. m.
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YA NO QUEDA DUDA: NO SÓLO FRAcasó la llamada revolución bolivariana sino también su modelo, el de un populismo irrisorio, “un populismo sin pueblo”, como escribió acertadamente Fernando Mires. La crisis que hoy llega a su peor momento no empezó con Maduro, aunque por comparación con él la imagen de Chávez no parezca tan nefasta. A los dos se debe que la economía venezolana se haya ido al traste y que la polarización y los odios estén incendiando al pueblo venezolano hasta llevarlo al borde de la guerra civil. Porque los chavistas jamás gobernaron pensando en la conciliación de las diferencias, sino en la revancha y el desprecio por sus opositores.

Con una inflación que se calcula en más del 200%, con un grave desabastecimiento de alimentos y de medicamentos —que se consiguen, sin embargo, en el mercado negro a través de los “bachaqueros”, porque la corrupción campea— con niveles de violencia intolerables —4.690 asesinatos en lo que va del año—, con racionamientos permanentes de luz y agua y con la industria, la prensa y la oposición asfixiadas, Venezuela es hoy un país inviable. Lo dicen todos los analistas, pero para comprenderlo bastan los furiosos testimonios de la gente desesperada.

Pero no sólo se trata de un empobrecimiento extremo del nivel de vida. Leo en el correo las palabras de una amiga: “Yo creo que lo más difícil de comprender es el peso del Estado sobre las personas, como quiera que se manifieste; solapada o abiertamente siempre está allí esa sombra que te hunde”. Se refiere, creo, al espíritu pendenciero, provocador y vindicativo de un gobierno que, al sentir perdida toda su legitimidad, ha ido aumentando sus estrategias represivas hasta llegar a quitarse la máscara de la democracia y revelarse como lo que ya es: una dictadura. Porque en eso se ha convertido el régimen chavista en razón de la declaratoria del estado de excepción, que viola la Constitución, aumenta su poder y lo faculta para atropellar a sus opositores y frenar el referendo revocatorio, un recurso legal.

Pareciera que los días del régimen chavista están contados, pero nada puede asegurarse: los militares lo apoyan, entre otras cosas porque han sido grandes beneficiados de la corrupción; y no es claro cuál es el juego de fuerzas entre las distintas facciones del chavismo. Que Maduro está dispuesto a todo, incluso a atizar la violencia, lo sabemos por sus reiteradas menciones a un complot, por el hecho de estar azuzando a los consejos comunales a tomar las fábricas paradas, y por sus amenazas recientes de ir todavía más lejos y decretar la conmoción interior. Todo —hasta el hecho de que los empleados oficiales sólo trabajen dos días a la semana— está planeado para dilatar cualquier proceso, porque lo que necesita el gobierno es tiempo: si el revocatorio no se logra en el 16, el régimen chavista permanecerá en el poder.

La perspectiva es dramática: o Venezuela sigue hundiéndose en la paulatina pauperización, como en una película apocalíptica, o la oposición arremete volcándose a la calle, como valientemente ha propuesto Henrique Capriles, a riesgo de que haya sangre. Es hora de que rodeemos solidariamente al pueblo venezolano, y como HRW exijamos a la OEA que implemente en ese país lo dispuesto en la Carta Democrática.

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