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“Una moral rural-gamonal”

Piedad Bonnett

02 de septiembre de 2018 - 12:00 a. m.

Los resultados por regiones de la consulta anticorrupción suscitan preguntas, reflexiones y especulaciones. Tal vez lo único claro es que Bogotá sigue mostrándose como una plaza progresista, donde predomina el voto de opinión, libre y sin presiones. Más complejo resulta analizar por qué algunos de los departamentos que más han sufrido la corrupción, como Córdoba, Sucre, Guajira o Chocó, tuvieron votaciones tan bajas. En La Guajira, por ejemplo, la votación fue del 10,94 %. ¿Escepticismo y falta de fe en el cambio o simple indiferencia? Un académico del Caribe conjeturaba que en la costa hay una tradición de votos a cambio de “algo”, y como ese “algo” no existió esta vez los votantes se encogieron de hombros. Para el sociólogo Fabián Sanabria, en declaraciones para Kienyké, se pusieron en evidencia dos Colombias: una más urbana, donde existe una “ética civil” y crece la conciencia ciudadana, y “una Colombia de una moral rural/gamonal”.

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Un caso particular es el de Antioquia, un departamento pujante a pesar de sus problemas, donde el porcentaje de votos fue del 27,32 %. Menos de lo que se votó en Nariño, Cauca, Huila, Quindío, y sólo un poco más de lo que se votó en Caquetá. En Medellín, una ciudad de un millón y medio de habitantes, sólo votó una tercera parte. ¿Será que Antioquia cabe dentro de la Colombia “de una moral rural/ gamonal” de la que habla Sanabria? Ante esta pregunta, seguro que muchos antioqueños abrirán unos ojos asombrados. Imposible. Porque Medellín es promovida como la más innovadora y Antioquia como “la más educada”. Y porque hace ya mucho que ese departamento superó el aislamiento al que lo condenó durante años su topografía montañosa, desde la que se explicaba, parcialmente, su mentalidad conservadora, y ahora es una sociedad predominantemente urbana.

En una de esas regiones aisladas nací y viví durante los primeros siete años, y algo me tocó del peso de monseñor Builes, que escribía pastorales donde tildaba de comunistas a los liberales opositores de Laureano Gómez, y cuyas arengas llenas de intolerancia lo hicieron un personaje adorado por unos y temido y odiado por otros. El peso de la Iglesia fue por mucho tiempo un factor determinante en la reafirmación de una mentalidad retardataria. Sin embargo, en Antioquia ha habido, desde siempre, una fuerte corriente de pensamiento libre, de resistencia frente al pensamiento cavernario, representada por hombres y mujeres críticos, entre los que podemos nombrar a Fidel Cano Gutiérrez, Estanislao Zuleta, Débora Arango, Carlos Gaviria Díaz, Héctor Abad Gómez, Nicanor Restrepo, María Teresa Uribe. Y la lista sigue. Y también instituciones progresistas, como la Universidad de Antioquia. Esa fuerza renovadora se manifestó esta vez en la votación de algunos municipios. Sin embargo, ¿qué ha hecho que la Antioquia más retardataria se imponga sobre la más osada, imaginativa, avanzada y abierta? La respuesta daría para muchas páginas. Yo sólo me atrevo a señalar, humildemente, una paradoja: que en una sociedad que rinde culto extremo a la madre, se adore incondicionalmente al padre autoritario, al macho montado en el potro, al gamonal, al caudillo. Al que dice la última palabra y al que se obedece incondicionalmente, como en otros tiempos a monseñor Builes.

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