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Vender el sofá

Piedad Bonnett

07 de abril de 2024 - 04:05 a. m.

Dice el dicho que más vale prevenir que curar, algo que no ha pasado en ciudades como Medellín o Cartagena, que se han convertido desde hace años en lugares de turismo sexual que incluye explotación de niños, niñas y adolescentes. Es lo que explica que solo cuando estalla un escándalo puntual, el de un extranjero que abusó de dos niñas menores de catorce años en un hotel de lujo, el alcalde de Medellín haya decidido salir con gran bombo a firmar dos decretos que, a mi modo de ver, creen que la calentura está en las sábanas.

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Fico Gutiérrez ha optado por el prohibicionismo, la forma más autoritaria y más superficial de enfrentar el problema. Da risa, pero también grima, la parte del decreto que limita en ciertos parques y áreas de la ciudad “la circulación de menores de 18 años, todos los días entre las 7:00 p. m., hasta las 5:00 a. m., a menos que estén bajo el cuidado de sus padres”. ¡Por Dios! Además de atentar contra los derechos individuales (¿por qué prohibir, por ejemplo, a un grupo de adolescentes que se sienten a conversar en un parque o en una cafetería a las ocho de la noche, en una ciudad que por el clima invita a ello?), el alcalde muestra una ingenuidad enorme o un desconocimiento de las realidades sociales de su ciudad y del país. En las ciudades durísimas de América Latina, como lo han mostrado novelistas y cineastas, un muchacho de 15 o 16 es alguien que puede transitar solo, que se asocia en pandillas para defenderse y que, a menudo, para ayudar a la economía familiar desempeña trabajos informales. Vender flores. Cuidar carros. ¿A quién se le puede ocurrir que una persona de esas edades ande de la mano de su papá o su mamá solo porque son más de las siete de la noche? Sus padres, cuando los tiene, o están trabajando o están volviendo a sus casas de sus largas jornadas de trabajo. Lo que hace esta prohibición es darle motivos a la policía para que cometa atropellos o injusticias contra los adolescentes.

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Pero, además, ¿quién dice que la prostitución solo se ejerce en el parque El Poblado o el Parque Lleras? ¿Y a horas precisas? Si, como lo denuncia el alcalde, detrás de este comercio sexual hay bandas como “La Terraza”, “La Raya” o “Robledo”, estas lo que harán –o ya hacen– es ingeniárselas para buscar lugares clandestinos y vías de oferta que escapen al control policial. O, peor aún, para corromper a las autoridades, pues lo que los anima es el lucro, en una ciudad enormemente desigual que, como bien analizó el editorial de El Espectador, ha sido permeada por la cultura del dinero fácil que estimuló el narcotráfico.

Todos vimos, con horror, cómo el par de niñas abusadas por el gringo contaban una y otra vez los billetes recibidos por su amarga transacción. La tarea de las autoridades tendría que comenzar por labores de inteligencia que lleven a desmantelar las bandas de proxenetas. Pero eso no basta. Es necesario crear toda clase de estrategias de cuidado y estímulo para las mujeres, los niños, las niñas y los adolescentes en condición de vulnerabilidad. Eso solo se consigue con políticas de mediano y largo plazo, de la mano de entidades de salud, de cultura, de educación y de trabajo. Lo otro es puro relumbrón mediático, acciones para la galería.

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