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Verdades incómodas

Piedad Bonnett
03 de julio de 2022 - 05:30 a. m.

Que el presidente Duque no haya asistido a la ceremonia de presentación del Informe final de la Comisión de la Verdad es la prueba suprema de su desdén por el colosal trabajo que adelantó ese tesonero equipo de trabajo, de su animadversión contra el proceso de paz, al que torpedeó durante los cuatro años de su gobierno, y la demostración más clara de su mezquindad, su prejuicio, su lealtad ciega a un uribismo al que él mismo se encargó de acabar de hundir. De razón Vladdo escribió que “hay hombres que nunca serán grandes aunque ostenten cargos muy altos”.

Pero a pesar de todo, y gracias a los mecanismos creados en los Acuerdos de La Habana, la verdad se ha ido abriendo camino por entre la maraña de trabas y dificultades, de modo que, por lo que hemos presenciado en los últimos meses, podemos tener la esperanza de ir sanando heridas y de construir un camino de reconciliación. Aunque indignante, fue ya un paso gigantesco ver cómo los militares confesaban su autoría en las ejecuciones extrajudiciales contra cientos de jóvenes inocentes; y, la semana pasada, ver cómo las víctimas de secuestro de las Farc se enfrentaban a los hombres de la cúpula con su dolor, sus reclamos y su rabia, y cómo estos viejos excomandantes, impelidos por las circunstancias, aceptaban su culpa, prometían más verdad, se confesaban avergonzados de tantas y tantas atrocidades cometidas durante el conflicto. ¿Que hay quien no cree en la verdad de su contrición? Tal vez. Pero era absolutamente necesario que se expresaran. A mí, personalmente, me sobrecoge ver esos hombres que dilapidaron su vida en una guerra que rápidamente fue extraviando los ideales de justicia y de cambio que alguna vez tuvieron, hasta convertirlos en lo que son hoy: exlíderes que no tendrán – aunque lo intenten- una segunda oportunidad sobre la tierra. Porque perdieron el ascendiente sobre aquellos que alguna vez quisieron redimir. Y porque no hay intento de revolución que pueda durar 50 años sin degradarse y corromperse.

Como creo que los acuerdos de La Habana, aunque imperfectos, fueron un logro, celebro que esa cúpula de excomandantes se haya reinsertado, e incluso que tengan sus curules. Pero otra habría sido su suerte si se hubieran desmovilizado muchos años antes. Lo prueba Gustavo Petro, que al optar todavía muy joven por la vía democrática, pudo hacer un camino hacia el poder, largo y difícil pero exitoso. Su asistencia a la presentación del Informe final de la Comisión fue muy importante por todo el respaldo que significa.

Como dijo el padre De Roux, lo que leeremos en el Informe serán verdades incómodas pero absolutamente necesarias. Por supuesto que ya empezaron los enemigos de la paz a desvirtuarlas, comenzando por nuestro excelso presidente, que sembró dudas desde Lisboa cuando dijo que espera que no sea “un informe de posverdad”, y redujo las muchas complejidades del conflicto a una “verdad” en blanco y negro: “En Colombia hemos tenido unas fuerzas legales del orden que defienden la Constitución y la Ley, y hemos tenido terrorismo que ha pretendido acallar y silenciar la voz de un pueblo en democracia”. Esperemos que los colombianos, ahora que tanto se habla de cambio, no pasemos por alto esta oportunidad de esclarecimiento de tantas violencias y dolores.

 

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