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"Tonta", "estúpida", "cállese", “las mujeres no entienden nada”, son algunas de las agresiones verbales que sufrió Beatriz Helena Cristancho, secretaria de la Defensoría del Pueblo, por parte del máximo jefe de esa entidad, Jorge Armando Otálora.
Estas y otras denuncias de sus subalternos sacaron a la luz pública un problema casi siempre silenciado: el del maltrato laboral. Los jefes que abusan de sus subordinados son muchos más de los que imaginamos, sin distinción de género o de status. Maltrata el presidente de la compañía, el capataz de obra, el ama de casa a su empleada. .. Sé de una mujer que lidera una entidad pública que le espetó a una jovencita que dio su opinión sobre algún tema: “yo a usted no le pago por pensar”. Yo misma recibí hace muchos años gritos de un profesor universitario que era mi jefe. Y sé que aislar a un trabajador para “aburrirlo” y hacerlo renunciar es más frecuente de lo que pensamos.
Cuando el defensor del pueblo insulta de ese modo a su secretaria, evidencia no sólo su pobre calidad humana, sino también su desprecio por las mujeres. Por todas, por el género. Pero esto que parecería obvio no lo es para todo el mundo, en primer lugar porque usa un tipo de violencia que, por frecuente, a menudo se disculpa aduciendo que es producto del mal carácter: “es temperamental, está de mal genio, es así”; y porque buena parte de la sociedad comparte ese machismo, lo que explica, por ejemplo, que un galante caballero comente en Internet: “¿Cómo se puede gritar a una mujer que aparte de ser bella es muy inteligente?”. ¿Y a las feas y poco inteligentes se les puede gritar, señor?
La violencia contra las mujeres no consiste sólo en pegarles o violarlas. Los arrebatos de furia son un mecanismo de intimidación que pueden causar estragos sicológicos definitivos. José Antonio Marina, en su Anatomía del miedo, trae un testimonio de una víctima del terror impuesto por el padre: “Era un miedo difuso, una tensión que nos hacía permanecer en silencio. (…) Nos contagiábamos el miedo unos a otros. Nunca hubo violencia física. Eran sólo los gritos de mi padre, su gesto de furia sin motivo, su susceptibilidad imprevisible”. Y la burla, la humillación, el silencio como castigo, la amenaza económica, el comentario irónico, son las formas más frecuentes de maltrato contra la mujer. Y tal vez las más difíciles de enfrentar, porque al no tener la rotundidad de los golpes no generan la misma capacidad de reacción. Los machistas, incluidos los agresores, las minimizan. “Seguro que es una mujer”, comentó alguna vez un hombre que me acompañaba, como la cosa más natural, cuando vio a un chofer cometer una torpeza. Insultar a la pareja recordándole sus defectos físicos, presionarla para que baje de peso o para que se realice operaciones estéticas, disminuirla cuando habla de temas supuestamente “masculinos”, burlarse públicamente de ella, obligarla a romper los vínculos con su familia, aislarla de sus amigos, son formas de violencia tan perniciosas como lo que consideramos Violencia, con mayúscula. Reconocerlas es el primer paso y enfrentarlas el segundo. Si el defensor del pueblo (¡ni más ni menos!) no recibe una sanción ejemplarizante, quiere decir que tanta campaña pública contra la violencia de género es pura alharaca.
