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Así como, para el cuidado del cuerpo, existen las ayunos intermitentes, hoy son necesarias las dietas de desintoxicación de la información.
Ya sabemos de la paradoja: jamás había tenido el ser humano tanto acceso a la información y, a la vez, nunca había sido presa de las distracciones, digitales en nuestro caso, como en la actualidad.
Los amigos de Twitter lo saben bien: para tener pequeños éxitos (medidos en número de seguidores, de publicación de contenidos y de las respectivas interacciones y correspondientes reenvíos) hay que pasar varias horas al día pegados del celular. Las redes sociales le usurpan valioso tiempo a sus miembros, incluyendo gobernantes, legisladores, académicos, gente del común. Sumado a la consulta de correos electrónicos, a los mensajes dentro de grupos de WhatsApp a los que se pertenece, la gente, con excepciones, se ha convertido en legión de distraídos, con ínfima capacidad de concentración, desperdiciando su tiempo de vigilia productiva.
Harari, el hombre de Homo Sapiens, hablaba en estos días de la información chatarra y de cómo, como en el caso de la alimentación, había que ser selectivo. De ahí su defensa de las dietas de información consistentes en prescindir totalmente, de forma deliberada, del acceso a los dispositivos durante períodos recurrentes.
Lo que está ocurriendo en estos meses, verdaderamente disruptivo (me refiero a los algoritmos tipo GPT, generadores de contenido -texto, sonido, creación de imágenes, videos) agrava, de forma exponencial, el riesgo hacia mayores distracciones. Las aplicaciones de inteligencia artificial también están para eso: para servir a seres humanos cada vez más perezosos, con enormes dificultades de leer un libro, de redactar un texto, de preparar una charla, de escribir un código.
Como todas las herramientas digitales, éstas de la IA sirven para lo que se quiera. Multiplicar la productividad, abrir espacios para la creatividad sin límites, para el aprendizaje, investigación y desarrollo, salud y educación; para las organizaciones, incluyendo empresas y gobiernos, serán un recurso infaltable en la mejora de sus respectivas ofertas. También pueden ser utilizadas en sentidos perversos: manipulación de las mentes en públicos de interés mediante la construcción y divulgación de narrativas no alineadas con el interés del ser humano, corrupción, falsificación.
Crucial, en el caso de la IA (que en realidad es un plural), es la capacidad de los humanos en promover su sentido crítico, su independencia de criterio, su capacidad de comprender textos y de redactarlos, en fin, de conservar su papel de instrumentador de la IA y no viceversa. En el grado de desarrollo de algoritmos como el GPT, la revisión crítica de los textos que genera es imperativa.
Vamos hacia desarrollos insospechados. Dentro de algunas décadas las tecnologías predominantes, además de la IA, serán la computación cuántica, la nanotecnología, la biología sintética y el “blockchain”. Son, según algunos (Charles Hoskinson), extensiones de nuestro cerebro. Con ellas interactuaremos en la vida cotidiana. Una pequeña muestra es lo que hoy, de forma experimental, hacemos con algoritmos como el GPT y algunos otros menos conocidos, todos de la estirpe de la inteligencia artificial generativa.
¿Son la extensión de nuestro cerebro? ¿O serán, más bien, otros cerebros?
Borges decía que los instrumentos creados por el hombre eran extensiones de su cuerpo. El microscopio y el telescopio, de la vista; el teléfono, de la voz; el arado, del brazo. “Pero el libro es otra cosa: el libro es extensión de la memoria y de la imaginación” (Borges Oral).
En ese contexto, ¿es la IA una extensión de nuestro cerebro? ¿O se están creando otros cerebros independientes?
No tenemos la respuesta. Hay posiciones optimistas y otras casadas con teorías catastróficas (la IA desplaza al ser humano y lo puede destruir).
En cualquier caso, por la vía del consumo creciente de información chatarra, siendo cada vez más distraídos, estamos a pocos pasos de que los algoritmos nos dominen y no al revés. Las dietas de la información chatarra son necesarias. Que niños y jóvenes sepan escribir y comprender textos, un desafío existencial.
