Es una tragedia para el presidente… y para el país. Para Petro, por partida doble: por un lado, se trata de su hijo, a quien debe amar. Por otro, Nicolás está enredado en abiertos eventos de corrupción, aquellos contra los que en su época de parlamentario, por todos los medios, combatió el entonces congresista Petro.
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Dolor de corazón por las consecuencias que deberá afrontar su hijo y angustia por el daño reputacional, quizás irreparable, a su proyecto político. Constatar que las agendas de su familia —hermano e hijo— no son convergentes con la suya debe ser doloroso. Y sin que medie corrupción, la agenda de su esposa no parece apuntar a la plataforma política del presidente, otro lío en ciernes que ya ha mostrado saldos negativos en el ICBF.
Para el país, porque es obvio que millones votaron por cambios y en contra de la corrupción ancestral de Colombia. Difícil calibrar cómo pesará otra decepción. De poco sirve alegar que algunos antecesores fueron corruptos, que los hijos de alguno abusaron y se enriquecieron. El proyecto de la honorabilidad tiene mácula.
Es claro que en el caso Nicogate hay actores suficientes que no desaprovecharán el undécimo mandamiento: “No desaprovecharás la papaya servida”.
Debería haber algo así como la sociología de la corrupción. Lo que asombra de las denuncias de doña Day Vásquez acerca de su exmarido, Nicolás Petro, no es la pretensión del enriquecimiento, sino la pérdida de cualquier freno en la ruta hacia el billete ilícito. Los de tipo moral, si alguna vez existieron, podían estar acompañados, al menos, de medidas de cuidado, de alguna precaución, algún escrúpulo del disimulo. De resultar todo este cuento cierto, la carrera fue la del desafuero evidente, de la exhibición, de consecuencias fatales para sí mismo y la reputación del Gobierno nacional. Obviamente, el contraste con los anhelos políticos del presidente de Colombia, con su historia de lucha contra la corrupción, no podía ser mayor.
La autopercepción de poder, esa ficción que se lleva al traste a tantos que no han visto a Dios, sustentada en esa plataforma en la que concurren guardaespaldas, camionetas lujosas, citas concedidas con facilidad por miembros del gabinete de su padre y algunas complacencias de parte de ellos, costosos restaurantes y ropa de marca, cirugías de embellecimiento, apartamento de arriendo impagable con el sueldo de diputado del Atlántico, mujeres inteligentes y lindas, vuelos en jet privado, todo ello quizá convenció a Nicolás de su talento y capacidades, del rumbo de su destino, de su poder de convocatoria a todo tipo de donantes y aliados para su acceso a la cumbre en la que, imagino, convergerían poder político y mucho dinero. Me temo que algunos funcionarios que tampoco han visto a Dios caigan en tentaciones análogas.
Realmente inaudito fue el doble golazo en el recaudo de fondos para la campaña presidencial de Petro. Por un lado, a la campaña misma, que no recibió los fondos, hecho que a la postre resulta afortunado para su padre. Por otro, convencer a dos señores poderosos y cuestionados por enriquecimiento ilegal de aportar a dicha campaña… y engañarlos. “Victorias tempranas” que deben haber reforzado su carrera, pues más allá del Hombre Marlboro y del Turco Hilsaca, generosos aportantes, alguien debe consignarle regularmente en su cuenta para que pueda llevar el tren de vida (cambio) de hoy.
La madre de la ex, en entrevista radial, hablaba de cómo ella y su hija pertenecían al estrato 1 y que, años atrás, habían acogido a su yerno, que vivió en la modesta casa de ellas. “Soy humilde”, proclamaba en Twitter Nicolás, apenas hace unos años.
Con frecuencia cónyuges e hijos de primeros mandatarios se ven envueltos en actos de abuso de poder y corrupción. Los casos de Imelda Marcos y Winnie Mandela ilustran a los primeros. Los de Luís Cláudio da Silva y Jean-Christophe Mitterrand, a los segundos. Pero fue más difícil en estos eventos desenredar el ovillo. Acá el cuento es demasiado brutal y simple.
Se puede estar en desacuerdo con Petro, se le puede identificar con las arrogancias de los redentores y las características de los iluminados poseedores de la verdad y las fórmulas para el bienestar de la humanidad. Sin embargo, nadie puede tacharlo de enriquecimiento ilícito. Por eso mismo no caben en la foto parientes ni funcionarios con agenda propia que se enriquezcan y busquen poder para sí.