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¿Fracturará Alemania a la OTAN?

Rafael Orduz
25 de enero de 2023 - 05:01 a. m.
"Sin duda, el canciller Scholz, cabeza de una coalición que incluye a liberales (expertos en regla fiscal y reducción del gasto público), verdes y los suyos, socialdemócratas, tiene entre sus aliados ambientalistas y los de su partido, huestes a las que alimentar la guerra con armamento alemán les repulsa. Y, por supuesto, también están los que apoyan incondicionalmente el apoyo militar a Ucrania. Debe haber, de seguro, un empate… o Scholz es un indeciso incurable".
"Sin duda, el canciller Scholz, cabeza de una coalición que incluye a liberales (expertos en regla fiscal y reducción del gasto público), verdes y los suyos, socialdemócratas, tiene entre sus aliados ambientalistas y los de su partido, huestes a las que alimentar la guerra con armamento alemán les repulsa. Y, por supuesto, también están los que apoyan incondicionalmente el apoyo militar a Ucrania. Debe haber, de seguro, un empate… o Scholz es un indeciso incurable".
Foto: EFE - BENOIT TESSIER / POOL

Alemania está deshojando una margarita y tiene poco tiempo para decidirse: ¿Suministra tanques Leopard 2 a Ucrania para apoyarla en la ofensiva que ya se viene de parte del ejército ruso y contribuir a que la primera gane la guerra, o al menos obligar a Rusia a negociar? En caso de no ser así, ¿permitirá Alemania que terceros países de la OTAN que le han comprado los Leopard 2 se los cedan a Kiev? ¿O mejor no autorizar que tales tanques, considerados óptimos para la etapa bélica que se avecina, intervengan?

La indecisión tiene en ascuas a los aliados y envenenados a los líderes ucranianos.

Quién iba a pensar que Alemania, promotora, con Francia, de la unión entre antiguos enemigos desde los tiempos de la Unión del Carbón y el Acero, en los años 50, arquitecta de la Unión Europea e incondicional militante del esquema de seguridad occidental desde 1945, estuviera en la encrucijada por el suministro de dichos tanques a Ucrania. Mientras Estados Unidos acaba de aprobar un par de paquetes de miles de millones de dólares en equipo y entrenamiento y los miembros de la OTAN siguen unánimes en el apoyo a Ucrania, Alemania vacila en esta ocasión que muchos juzgan crucial para el desenlace de la guerra, pese a haber estado, hasta la fecha, muy activa en el respaldo financiero, humanitario y, aunque con prudencia, militar.

Aunque el tema de los tanques no será definitivo para ganar o perder la guerra, el canciller Olaf Scholz está en el ojo del huracán por la posibilidad de que su indecisión fracture la postura de la OTAN frente a Putin y, lo que algunos temen, por no contribuir en la etapa que se avecina, la de una fuerte ofensiva rusa, a que Ucrania salga bien librada.

Ha resultado, en apariencia, un poco extraña la vacilación del gobierno alemán, ya que apenas tres días después de la invasión rusa, Scholz echó su famoso discurso de la Zeitenwende, punto de inflexión en la política de defensa y seguridad nacional. Por obvias razones, el gasto militar, mientras Alemania estuvo ocupada hasta 1990, fue casi inexistente y, en los 30 años siguientes, ha sido tímido. La producción militar se ha destinado a las exportaciones y, en algún caso, ha estado relacionada con corrupción, como en el evento que acabó con la carrera política del excanciller Kohl, justamente por soborno alrededor de la venta de tanques a Arabia Saudita. La Zeitenwende, apoyada por la oposición alemana, dejaba atrás la extrema prudencia en el gasto militar alemán y la ausencia de protagonismo en Europa. Putin había servido la mesa para que un gigante de la tecnología militar, Alemania, pasara a jugar un papel activo en la guerra, desconocido desde 1945.

Detrás de la encrucijada alemana, sin embargo, hay aspectos que conforman un entramado complejo.

La relación con Rusia y con lo que ella fue, la Unión Soviética, entre el 41 y el 45, estuvo asociada, gracias a la Segunda Guerra Mundial, a cerca de ocho millones de muertos y cuatro millones de desaparecidos causados por las fuerzas alemanas. A su vez, los alemanes tuvieron alrededor de cuatro millones de víctimas, entre muertos y desaparecidos, durante la ofensiva soviética que culminó con la toma de Berlín en mayo del 45, no exenta de barbarie.

En otras palabras: hay ciudadanos alemanes que aún viven que tomaron parte en la guerra, cuyos hijos también conocen los efectos brutales que en ella tuvo el uso de la fuerza militar. Hay quienes estuvieron en territorio ucraniano (que, desde los años 20, hizo parte de la URSS). En la guerra, hubo cuatro millones de muertos en soldados y civiles ucranianos. A esto hay que añadirle el ejercicio de la “solución final” en tierras soviéticas, incluidas las ucranianas, como lo describe Hannah Arendt (Eichman en Jerusalem) y el impacto en la culpa del pueblo alemán por la barbarie de cuerpos como la Gestapo en contra de población civil judía.

Lo anterior sólo para decir que en la mente de algunos sectores de opinión alemanes existe una verdadera aversión a la idea de la guerra, al propósito de involucrar armas al conflicto. Posiciones que se complementan con las de generaciones posteriores al fin de la Segunda Guerra, que pueden catalogarse de pacifistas y, no sin razón, alérgicas a cualquier asomo de amenaza nuclear (que Putin se encarga de revivir en estos días).

Sin duda, el canciller Scholz, cabeza de una coalición que incluye a liberales (expertos en regla fiscal y reducción del gasto público), verdes y los suyos, socialdemócratas, tiene entre sus aliados ambientalistas y los de su partido, huestes a las que alimentar la guerra con armamento alemán les repulsa. Y, por supuesto, también están los que apoyan incondicionalmente el apoyo militar a Ucrania. Debe haber, de seguro, un empate… o Scholz es un indeciso incurable.

Por eso, el fiel de la balanza de la decisión del gobierno lo determinará el peso que tenga para Alemania, dados los elementos de opinión pública alemana, el costo que pueda tener para el gobierno alemán la eventual fractura de la OTAN y de la Unión Europea alrededor de un conflicto que las ha mantenido unidas y ha permitido, hasta ahora, tener a raya a Putin.

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