Con el ya famoso ChatGPT tenemos el privilegio de vivir una revolución en las tecnologías de la información sin precedentes. Estamos en la etapa de la inteligencia artificial generativa, la que puede dialogar con nosotros y crear un poema, inventar un cuento infantil, echar un chiste, aconsejarnos técnicas de meditación y explicarnos la teoría de la relatividad. Algoritmos primos del GPT pueden dibujar, a pedido nuestro, un oso con paraguas tocando arpa sentado en una nube en estilo impresionista.
La inteligencia artificial (I.A.), muchas veces sin que nos demos cuenta, está presente en nuestra cotidianidad desde hace algunos años. Ese libro que Amazon nos recomienda, la película que Netflix sugiere que veamos, la cena que algún aplicativo nos propone en un lugar cercano provienen del seguimiento milimétrico a algunos de nuestros hábitos. Nada queda oculto bajo el sol ni la oscuridad. Esas letras faltantes de una palabra que estamos escribiendo y no hemos concluido y que el ordenador termina, a veces sin pertinencia, esa publicidad que nos aparece bien en youtube o en los buscadores o en medio de un artículo que leemos en internet, todo eso, es I.A.
En las empresas, ni se diga. Desde la asistente virtual que nos atiende en WhatsApp para solicitar una cita médica, las propuestas que nos hace alguna empresa para que no desertemos de sus filas de clientes, son resultado de modelos de I.A. y sus algoritmos. La seguridad aérea guarda estrecha relación con modelos predictivos que indican cuándo hay que mantener determinada parte de la turbina del avión en el que volaremos.
Pero este cuento de la I.A. generativa es otra cosa.
Para comenzar, hay una serie de ocupaciones y profesiones amenazadas... de muerte. Hasta hace poco se creía que la IA sustituiría trabajos basados en rutinas repetitivas. Con la generativa, la inteligencia artificial incursiona, cada vez con mayor calidad en la medida en que los algoritmos se entrenen mejor, en los campos del periodismo, el arte, el mercadeo creativo, la música, la pedagogía, la jurisprudencia, la crónica, la ficción, algunos campos de la consultoría…
Una cosa era el plagio con Google, finalmente demostrable con un par de herramientas tecnológicas. Otro cuento son los textos de robots como GPT que son, por decirlo así, inéditos. No son copia de ningún original. De ahí que autoridades y docentes de colegios y universidades anden preguntándose qué hacer. Entre otras razones porque estos algoritmos pueden evaluar tareas de sus alumnos, una función de los profes.
Algunos centros educativos optan por vender el sofá, es decir, prohibir el acceso a los sitios en los que se dialoga con la I.A. generativa. Inútil recurso. Lo que hay que preguntarse es qué salto pedagógico puede darse utilizando la I.A. como herramienta. Algunos plantean que la oportunidad está servida para romper con la educación memorística tan vigente aún. Por ejemplo, promover entre los alumnos la capacidad de sintetizar ideas. Y, por supuesto, algo que la I.A. no toca: las llamadas competencias blandas, cuyo aprendizaje no puede provenir sino de la interacción humana: empatía, iniciativa, colaboración y trabajo en equipo, aprender a aprender…
Más allá de la sustitución de empleados (empresas, por ejemplo, que, lícitamente usan las imágenes creadas por la IA con fines de mercadeo, dejando de lado los contratos con las agencias creativas) y más allá del plagio y la imposibilidad de detectarlo cuando se acude a un algoritmo como ChatGPT, hay vacíos que dejan amplios espacios para las mentiras y los fraudes.
Alguien con una póliza de seguros para vehículos puede documentar con fotos falsas de calidad impecable haber tenido un siniestro. Puede falsificarse un contenido, textual o de artes visuales, simulando determinadas autorías. Uso de sesgos raciales o de cualquier tipo en campañas políticas a través de cuentas falsas de Twitter o Facebook a través de la manipulación de modelos de IA. Intervención fraudulenta en modelos predictivos que garantizan la seguridad de un ascensor, un puente, hasta un avión, con fines de sabotaje, retrasando el mantenimiento. Reseñas que recomiendan un libro, un restaurante, una experiencia, que son creadas por la I.A. Los ejemplos son inagotables.
Y lo de siempre: ¿Estamos condenados los individuos a que nuestros datos personales formen parte del acervo de datos en los que se entrenan los algoritmos sin nuestra autorización?