La guerra del Covid sigue de manera indefinida y tendremos que convivir con ella. Para muchos hogares la vida es hoy más ardua porque carecen de acceso a internet y a computadores; no pueden aprovechar las posibilidades del teletrabajo y el estudio virtual, así sea bajo el modelo de alternancia. Sin embargo, pese a las dificultades, la creatividad para lograr la comunicación entre maestros y alumnos en zonas con dificultades de acceso a la red está a la orden del día.
Más de 60.000 fallecidos en un año de pandemia es una cifra que supera la de muertos y desaparecidos en cualquier año de conflicto armado en Colombia. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, hubo 262.000 muertos entre 1958 y el 2018. Lo del Covid es una tragedia humana sin precedentes, sin que hayan mediado armas ni desapariciones forzadas. Como en las guerras, a diario hay más huérfanos, más familias desamparadas, padres desesperados sin empleo, empresas que cierran, escuelas suspendidas y deserción escolar.
Aunque el virus es altamente democrático, llevándose la vida de ricos y pobres, los efectos sanitarios y económicos derivados de las cuarentenas golpean a los más vulnerables.
El acceso a internet se ha convertido en una de las llaves maestras de bienestar, siempre y cuando los hogares estén conectados y cuenten con un computador o una tableta. Mientras el teletrabajo y el telestudio han sido posibles para que millones de niños, jóvenes y adultos puedan estudiar y trabajar, los desconectados también suman millones. Las brechas en el acceso entre campo y ciudad, la imposiblidad de pagar el servicio de internet y de contar con dispositivos en las ciudades, son una condena a quienes vieron suspendidos sus estudios y aquellos que están obligadios a salir a la calle a buscar el sustento. En las cifras de hogares deconectados somos líderes en el club de la OCDE.
Sin embargo, también como en las guerras, situaciones de penuria convocan la solidaridad y la creatividad. Son innumerables los ejemplos de iniciativas que buscan que niñas y niños puedan seguir conectados a sus maestros en condiciones adversas. Especie de cadenas que, con la participación de distintos actores y en las que, por lo general, se destacan las iniciativas de docentes y el liderazgo de líderes comunitarios, consiguen mantener la participación de niñas y niños mediante las formas más ingeniosas de comunicación.
Son muchos los ejemplos. En una zona que fue azotada por el conflcto, el sur del Tolima, cerca de 50 docentes de los municipios de Ataco, Chaparral, Planadas y Ríoblanco, en alianza con Educapaz y la Secretaría de Cultura del Tolima, se unieron, en plena pandemia, para crear contenidos para sus estudiantes a través de las emisoras y radios comunitarias y con respaldo en las redes sociales, convirtiendo la cuarentena en una oportunidad de comunicación entre maestros, alumnos y las familias. La experiencia, Voces del Sur, fue premiada hace pocos meses con el Premio Compartir.
En el Caquetá, en el municipio de Belén de los Andaquíes, con el liderazgo de Alirio González, un soñador que creó hace ya 15 años la Escuela Audiovisual Infantil, estudiantes, padres y maestros se unieron para que los niños pudieran hacer las tareas a través de WhatsApp y otras redes sociales. Alirio llama el proyecto “Relatos compartidos” que, por definición, convoca a hacer las tareas entre varios niños, así residieran en veredas distintas, a través de mensajes por la red social. Una división del trabajo que ha obligado a que los niños estén en contacto entre sí y con la maestra, se distribuyan las cargas (alguien hace el texto, otros los dibujos, alguno el audio, un video corto).
Experiencias en el área rural de Ciudad Bolívar en Bogotá, en la Guajira, en Santander, son prueba del ingenio de docentes y líderes en el contexto de un país literalmente medio desconectado a internet para que niñas y niños estén aún en el tren de la educación.