Todas las religiones proclaman la compasión. Sin embargo, en la práctica, muchos la aplican sólo para los afines, los del grupo. El asunto es grave, por la mezcla con los asuntos seculares: intereses terrenales se cubren de religión y esgrimen a Dios como estandarte en sus justas causas. Por fuera, terrorismo y masacres; por estos lados, aspiraciones mundanas a concejos, alcaldías y gobernaciones, polarización y discriminación con el estandarte del creador.
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Todas las religiones proclaman la compasión. Sin embargo, en la práctica, muchos la aplican sólo para los afines, los del grupo. El asunto es grave, por la mezcla con los asuntos seculares: intereses terrenales se cubren de religión y esgrimen a Dios como estandarte en sus justas causas. Por fuera, terrorismo y masacres; por estos lados, aspiraciones mundanas a concejos, alcaldías y gobernaciones, polarización y discriminación con el estandarte del creador.
Estamos viviendo, en el mundo y en Colombia, una época de particular intolerancia. Dos masacres en los Estados Unidos en menos de 24 horas y una de ellas, con certeza, inspirada en el supremacismo blanco. Espejo de otra matanza en Nueva Zelandia, realizada por un individuo encantado con el liderazgo de Trump en la recuperación de la identidad blanca. Estados Unidos y Nueva Zelandia, países de ciudadanía que cultivan su religiosidad...
El año pasado, en Pittsburgh, asesinato de miembros de la comunidad judía en una sinagoga. Masacres en pleno servicio religioso de afroamericanos... Y, de contrapunto, los actos de terrorismo a nombre de Dios emprendidos por musulmanes radicales que consideran meritorio el asesinato de infieles cristianos o, viceversa, también en nombre del supremo, de los de extremistas serbios contra musulmanes bosnios. Chiitas y suníes, etc.
Ya es trillada la pregunta de cómo se hace para estar matando en nombre de Dios. Y, más allá, la inquietud acerca de la norma social prevalente en prácticamente todas las congregaciones religiosas, de cómo los beneficios y las gracias deben recaer sólo sobre los miembros de la iglesia, secta o grupo al que se pertenece.
Karen Armstrong, británica especializada en historia comparada de las religiones, exmonja, autora de Historia de Dios, ganadora del Premio TED y del Princesa de Asturias, cree que es posible el encuentro de tanta gente diferente. La clave está en la compasión, aunque hay que aclarar que en español suele entenderse como un acto desigual: el que la da está en un pedestal. La lengua alemana, de manera distinta, la concibe como un acto de igual a igual (Mitleid, una especie de “sentir con”).
Todas las religiones proclaman, de una u otra manera, según Armstrong, la compasión hacia los demás, incluyendo los enemigos, los que no nos gustan. Las herramientas doctrinarias están a la mano, según ella, para la convivencia en paz. Hay que deshacerse del cuento de que somos, en la iglesia de cada uno, el centro del universo y luchar en conjunto por la equidad entre todos los seres humanos.
La regla de oro, dice, es la fórmula más pragmática: “No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti”, con su anverso: “Trata siempre a los demás como quisieras que te traten a ti”.
Por estos lados, considerando el auge en el uso de la religión en la política menuda, de concejales y aspirantes a cargos públicos de elección popular con sus iglesias y sus fieles, vale la pena que sus seguidores, que cotizan, se pregunten si sus orientadores, al atizar la pugnacidad política, están promoviendo la compasión.