Preocuparse por el futuro es tan antiguo como la humanidad. Hoy en día, los dos temas que generan las especulaciones más intensas son el cambio climático y la inteligencia artificial. En relación con el primero, hay tres posibles posiciones. Hay quienes sugieren que el tema no es importante, ya sea porque el clima siempre ha cambiado (como si no hubiera habido extinciones masivas como resultado) o porque es falso que el clima esté cambiando. Hay otros que ven un futuro desolado, en un planeta casi inhabitable. Y hay un tercer grupo que anticipa que el cambio tecnológico, tanto la capacidad de generar energía abundante y limpia, como la posibilidad de recapturar el CO2 de la atmósfera, lograrán resolver este problema a tiempo, tal como se eliminó el problema de la capa de ozono. En la actualidad, el segundo grupo puede ser el más numeroso y existe una gran ansiedad global.
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El tema de la inteligencia artificial divide a los expertos en dos grupos. Hay quienes ven un futuro lleno de posibilidades. Otros imaginan a las máquinas reemplazando a los seres humanos en la mayor parte de los trabajos, generando un mundo de subempleo, con la riqueza concentrada en unos pocos dueños de la tecnología, recluidos en sus mansiones californianas, soñando con una vida eterna para sí mismos y sus pocos descendientes.
Pero hay un tercer tema, menos especulativo, que también resulta de importancia vital. Dean Spears y Michael Geruso, dos economistas y demógrafos, publicaron recientemente un libro muy importante: After the Spike. Population, Progress and the Case for People, que describe las consecuencias de que la tasa de fecundidad en el mundo baje de dos niños por mujer en promedio, como ya ha sucedido en la mayor parte de los países del mundo. El resultado es la despoblación, pero quizás resultan menos obvios tres hechos adicionales. Primero, la despoblación tiene un comportamiento exponencial, de manera que el mundo se puede despoblar tan rápido como se pobló, en un par de siglos. Segundo, la población no se estabilizará sola. A menos de que las mujeres decidan tener más hijos (cosa que no ha ocurrido nunca, a pesar de los esfuerzos de países que ya llevan en esto medio siglo), el proceso de despoblación no para cuando haya cinco mil millones de personas, ni tres mil millones ni mil millones. No para. No para si no se alcanza una tasa de fecundidad de dos niños por mujer. Y, en la escala global, la migración no es una solución. Todos estamos en el mismo planeta. En tercer lugar, los autores explican por qué la despoblación no constituiría una solución para el problema del cambio climático (aunque quizás reduzca otras presiones ambientales).
El libro explora en detalle estos temas y otros igualmente interesantes, relacionados con la ética reproductiva y las comparaciones entre el bienestar de generaciones actuales y generaciones futuras. Es muy recomendado para quienes quieran preocuparse por un tercer tema, para añadirle a los primeros dos.