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El ministro Ocampo dijo recientemente que la economía debería crecer sostenidamente entre 4 % y 5 % al año, en lugar del 3 % que crece “desde la apertura”. Aparte de la velada pulla a la apertura, como supuesta responsable del bajo crecimiento, la afirmación del ministro delata una falta de claridad sobre la trayectoria de la tasa de crecimiento en Colombia, no característica en un prestigioso historiador económico.
Desde comienzos del siglo XX, la tasa promedio de crecimiento per cápita de la economía colombiana ha sido entre 2 % y 2,5 % anual. Cuando la población crecía al 3 % anual, la economía podía crecer al 5,5 % anual. Cuando la población crecía al 2 % anual, la economía podía crecer al 4,5 % anual. Y así (si queremos ser más precisos, hay que mirar el crecimiento de la fuerza laboral). La tasa de crecimiento de la población está ahora alrededor de 0,6 % al año, si se elimina el efecto de la migración venezolana. Por lo tanto, será un reto crecer por encima del 3 % al año, con apertura o sin ella. Hay años de bonaza, con crecimientos altos. Luego viene la destorcida. El promedio no cambia.
El error del ministro no es solo suyo. Todos los gobiernos, desde hace 30 años, sostienen que bajo su liderazgo la economía crecerá más de 5 %, con excepción del primero de Uribe que, en medio de la recesión, fue cauteloso; en el segundo gobierno, ya no. Así lo registran los planes de desarrollo, llenos de ingeniosas martingalas (el canal de Atrato, las carreteras, la paz, la frontera agrícola, más petróleo, oro en la Orinoquia). Ninguno lo ha cumplido. Ninguno lo va a cumplir. Los únicos países en donde el ingreso per cápita crece a más de 3 % son aquellos que han sido destruidos o reprimidos, pero mantienen una base de capital humano capaz de generar una reconstrucción acelerada, hasta que se normaliza su situación. El primero es el caso de Europa en la posguerra. El segundo es el de los países como China, con un capital humano sólido, pero un sistema económico ineficaz.
Este persistente autoengaño no es inocuo. Persistir en planear el futuro con base en proyecciones equivocadas no es sensato. Induce a pensar que los ingresos tributarios serán más altos de lo que terminan siendo. Hace creer que no es tan importante generar mayor eficiencia en el gasto, porque se podrá gastar más. Ayuda a generar ciclos de excesivo optimismo, seguidos de decepción. La búsqueda de fórmulas milagrosas tiene el efecto perverso de distraer de las tres cosas que pueden hacer algo de diferencia: la protección del andamiaje institucional (hoy precario), la formación de un mejor capital humano y la búsqueda de una mayor productividad, caso por caso, industria por industria.
Tiene razón el ministro en destacar el papel que debe desempeñar la productividad en la búsqueda del crecimiento. Siempre es posible hacer más con lo mismo. Todas las entidades del sector público, en donde la productividad es especialmente baja, deberían tener un mandato claro, con metas definidas por expertos, para mejorar la productividad. Si eso se lograra, quizá podríamos ser un poco más optimistas, sin autoengañarnos sistemáticamente. Así, quizá lograríamos crecer, en promedio, al 3,5 %.
