Es un error pensar que los impuestos se dividen entre impuestos a las personas e impuestos a las empresas. Un error reiterado en el debate sobre el equilibrio entre los distintos tipos de tributo. Lo correcto es analizar los impuestos a las rentas de trabajo y a las rentas de capital. Los impuestos a los dividendos se cobran a las personas cuando reciben dividendos, pero son impuestos que gravan los rendimientos de la inversión.
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Esta diferencia es importante porque en Colombia hace carrera el estribillo de que los impuestos a las personas son bajos. En la pasada reforma tributaria, el Gobierno propuso establecer una tarifa marginal de impuesto a los dividendos del 39 %, pues los dividendos se sumaban a las rentas laborales. Esto es un error mayúsculo, pues el impuesto a los dividendos se debe analizar en conjunción con el impuesto de renta corporativo y, si uno quiere, comparar esta tarifa con el impuesto a las rentas laborales. Antes de la reforma, otros gobiernos habían querido igualarlos. La tarifa marginal para rentas laborales era 39 %. La tarifa corporativa iba a bajar a 32 % y, si la empresa pagaba el resto en dividendos, estos se gravaban con una tarifa del 10 % (sobre los $62 que quedaban para repartir), de manera que la tarifa compuesta también era casi 39 %. Esto tenía sentido.
Fruto de la confusión inicial del Ministerio de Hacienda, la tarifa corporativa se mantuvo en 35 % (en vez de bajar a 32 %) y se subió la tarifa de los dividendos a 20 %, de manera que la tarifa compuesta quedó en 48 %. Está en la 10° posición, entre 38 países de la OCDE. La tarifa corporativa, por sí sola, es la más alta de todos estos países.
El presidente Petro dice que le sonaría hacer una reforma tributaria para reducir la tasa corporativa y compensar esto subiendo los impuestos a personas naturales. Si, siguiendo con la confusión inicial, se refiere a subir la tarifa de dividendos, no estaría haciendo casi nada. Al inversionista le importa la tarifa combinada: cuánto recibe como retorno al final del día. Si se está refiriendo a aumentar la tarifa impositiva sobre las rentas laborales, hay que anotar que esta ya es bastante alta, para quienes están en la tarifa marginal.
¿Por qué, entonces, existe la percepción de que las personas naturales no aportan? El primer motivo es el que ya se anotó: la gente, incluyendo economistas que deberían tenerlo claro, confunde el impuesto a los dividendos (relativamente bajo porque acá se ha optado por cobrar una tarifa de renta corporativa alta) con impuestos a las personas naturales. La segunda es porque había muchas posibles deducciones, que reducían la tarifa efectiva. Estas se han eliminado para los salarios más altos. La tercera es porque, a propósito, los distintos gobiernos han optado por no exigir que la clase media pague impuestos de renta a tarifas normales. El grueso de los trabajadores pagan relativamente poco de impuesto de renta, porque les aplica una tarifa más baja que la tarifa marginal más alta. No creo que el Gobierno actual pretenda cambiar esto. Algún día, algún gobierno tendrá que explicar al grueso de trabajadores que hay que pagar impuestos sobre ingresos laborales a tarifas más cercanas a las internacionales.
Un comentario final: hay debate entre economistas sobre las ventajas o desventajas de cobrar los impuestos sobre las rentas de capital a las empresas, como impuesto de renta corporativo, o los accionistas, cuando reciben dividendos. Hay quienes alegan que es mejor desincentivar el pago de dividendos, con el argumento de que así las empresas invierten más. Otros alegan que las empresas con más recursos tienden a invertir sin disciplina y que la asignación de recursos es mejor si los accionistas, con sus dividendos, pueden invertir en otras cosas. ¿Cambiaría el atractivo del mercado accionario, sobre todo para pequeños accionistas, si hay incentivos para no repartir dividendos? Es un debate interesante, pero probablemente de segundo orden. Hay cosas más importantes que el Gobierno puede hacer para promover un ambiente propicio para la inversión que enredarse en este tema, cuya inspiración viene de una confusión que hay que disipar.