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Después de muchos años de espera por fin el Gobierno delimitó el páramo de Santurbán, determinación que, como era previsible, no les gustó a muchos, pero sobre todo a los ambientalistas extremos, siempre insaciables, sabihondos y arrogantes.
Erwin Rodríguez, un santandereano promotor de marchas y protestas ciudadanas convocadas dizque para proteger el páramo de marras, a propósito de esta delimitación declaró en El Tiempo del pasado 20 de diciembre: “¿Por qué el proceso que determina zonas protegidas se basa en estudios económicos, ambientales y sociales? ¿ Desde cuándo lo económico y social priman sobre la delimitación?”. Pero además de tan odiosa aseveración, este ambientalista que antes protegía el medio ambiente como vocero de los comerciantes desde la dirección seccional de Fenalco, no tuvo inconveniente en confesar en lasillavacia.com que en últimas lo único que importa es “el agua de la ciudad”, claro, sólo la que reciben en Bucaramanga, no la que pueda llegar a algún municipio del páramo.
Ese es el egoísmo de los ambientalistas extremos, a quienes esta vez les pareció sensato, científico, ilustrado, democrático e inteligente, que uno de los suyos reclamara que la única manera de delimitar un páramo es como la conciben ellos sin importar quiénes puedan resultar afectados, incluso pueblos enteros.
Los ambientalistas extremos lo que pretenden es que para delimitar cualquier páramo el Gobierno ignore las consideraciones sociales o económicas, y que solamente tenga en cuenta el criterio ambiental. No se dan cuenta de que el desarrollo sostenible tiene que conciliar el medio ambiente con lo económico y lo social, precisamente para no atropellar a nadie y proteger la naturaleza. Delimitar zonas de reserva solamente con el criterio ambiental no es solucionar los problemas, sino multiplicarlos en el largo plazo. Eso es lo que está pasando con la “conquista” de los ambientalistas, quienes con su estrategia excluyente han conseguido que el 53,53% del territorio esté afectado con reservas, sin que en esa decisión trascendental haya el más mínimo asomo de democracia. Ellos solitos nos han impuesto lo que les parece según sus intereses, como si lo ambiental no nos incumbiera a todos.
Con ese mismo talante altanero y desconocedor de los derechos de los demás, también estos intocables han hecho de las suyas en la construcción de varias carreteras, algunas de las cuales en ciertos tramos se han paralizado por obra y gracia de sus imposiciones a veces simplemente caprichosas. Ahora que estamos en plenas fiestas de fin de año, los colombianos tendremos nuevamente que movilizarnos en las mismas deterioradas carreteras de hace 50 años, porque entre la corrupción y la cruzada ambientalista no ha sido posible que el país cuente con una infraestructura vial moderna, como sucede en el vecindario. Allá sí pudieron, pero aquí nada que arrancamos porque, por lo general, se atraviesa un ambientalista hirsuto reclamando que ellos son los únicos que han luchado por el derecho a gozar de un ambiente sano, que supuestamente todos los demás hemos contaminado.
Claro que los bumangueses tienen derecho al agua que les prodiga Santurbán, ni más faltaba, pero, ¿quién dijo que ello tiene que ser a costa de la aniquilación de los derechos de los lugareños a vivir en ese sitio y a derivar su sustento del entorno, como lo han hecho desde hace siglos sus antepasados?
Lo que dijo el supuesto líder cívico santandereano para criticar la delimitación de uno de los tantos páramos, retrata de cuerpo entero la ley del embudo de los ambientalistas extremos: lo ancho para ellos y sus campañas —algunas de ellas jugosamente remuneradas por el erario o calculadamente politizadas— y lo estrecho para los demás. Así sí no se puede.
Adenda N° 1. De obligada lectura el magnífico libro Guerras recicladas, de María Teresa Ronderos.
Adenda N° 2. Fuerza Camila Abuabara, resiste.
