Respetando a todas las señoras que han sido primeras damas, algunas de las cuales han ejercido más como vicepresidentas que como cónyuges, no creo que la historia del país vaya a cambiar por lo que sepamos de la vida y los milagros de tan conspicuas ciudadanas. Todas me han parecido importantes e inteligentes, incluida aquella que es rosa de todos los floreros palaciegos, porque ha estado aplaudiendo a todos los mandatarios. Por supuesto que no las he conocido a todas, más bien pocas. Entre otras, recuerdo con desagrado a una que en alguna ocasión me asaltó furiosa en un restaurante cuando estaba con mi esposa y mis hijas —entonces tan pequeñas que, por la facha y actitud de la señora que nos abordó, en su universo infantil creyeron que era la temida Cruella de Vil de 101 dálmatas—, para reclamarme porque ese mismo día domingo, en esta columna, había divulgado un detalle incómodo para la Fundación Batuta que ella presidía. Ya habrá oportunidad de volver sobre eso, en especial ahora que se nos viene un tratado sobre las bien casadas.
El noticiero Noticias Uno reveló que hay un proyecto para que el Archivo General de la Nación publique un libro biográfico de la primera dama, y todo el arsenal de comunicaciones y comunicadores afectos al Gobierno salieron indignados a desmentir la noticia. ¡Pobres!, desde las escalinatas de la “Casa de Nari” les metieron los dedos a la boca y volvieron verdad las falacias que el Gobierno les sopló.
Cuando Noticias Uno demostró con pruebas incontrovertibles que el proyecto de marras estaba andando, el gelatinoso director del Archivo General de la Nación, que antes había negado todo, sin ruborizarse excusó su torpeza con la consabida coartada de que lo habían sacado de contexto. Mientras tanto, la errática primera dama declaraba sin convencer que era falso el cuento.
Ante esa cadena de desaciertos, es obligado preguntarse qué persiguen el Archivo General de la Nación y/o la primera dama con esa historia ridícula que les estalló y que, quiéranlo o no, los dejó convertidos en un par de mentirositos. Todavía no sabemos en qué consistirá ese gran proyecto que el Gobierno cree cambiará los hábitos de lectura de los colombianos, ni cómo tendremos que aproximarnos en adelante a la historia. Aunque todo está por verse, es evidente que este suceso tan pintoresco dejó en claro que este Gobierno naranja es especialista en mentir o disfrazar las noticias. Ojalá esa no sea la razón para haberse inventado un noticiero oficial de televisión, a imagen y semejanza del de Maduro o de los Castro.
Si la señora Juliana quiere leerse en una autobiografía, está en su derecho de aburrirse. Lo que sí no se ve sensato es que a nadie se le hubiese ocurrido expresar que, en un país tan lleno de necesidades y de trapos rojos en tantos rincones de la patria, la tal biografía es importante, ni siquiera si el personaje fuese el mismo subpresidente Duque.
Me pregunto si no hay control de advertencia de la Contraloría o de la Procuraduría para cuando a un funcionario, bien por lambón o por falto de carácter, se le ocurre comprometer recursos públicos para satisfacer la vanidad de quien quiere verse en letras de molde por el resto de su vida.
De lo que se trata es de destacar que es tal el descuido de quienes controlan a los funcionarios, que hubo alguno quien, a pesar de sus indiscutibles orígenes en la academia, pensó que podía despilfarrar unos pesitos para quedar bien en Palacio. Si aquí la Procuraduría no estuviere encargada de hacerles favores al uribismo y al Gobierno —como su intervención en la práctica de pruebas para favorecer a la camarilla de malvados o la necia investigación disciplinaria contra Claudia López porque cuestionó el abuso de poder de Uribe, para no mencionar, por ahora, las andanzas de una Fiscalía politizada y al servicio del jefe político del régimen—, nadie osaría meter la mano en el erario. Y si la Contraloría se hiciese respetar por sus decisiones y no por cábalas politiqueras, estas cosas tan peligrosas no deberían suceder.
Considero a la señora Juliana, quien en últimas es apenas una ciudadana particular rodeada de funcionarios y lagartos que no le dejan ver la realidad.
Adenda. Si los entendidos aseguran que la nueva reforma tributaria nos quitará el 56 % de los ingresos, ¿cómo pagaremos impuestos y viviremos?