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A estas alturas de sus dos gobiernos y del proceso de paz en La Habana, ya Santos debería tener aprendido que de llegar a firmarse un acuerdo con las Farc ni Uribe, ni Zuluaga, ni nadie del Centro Demoníaco, lo cual incluye al malintencionado y malévolo procurador Ordóñez, apoyarán esos esfuerzos.
La perversa hermenéutica de Ordóñez sobre la eventual implantación de una gendarmería rural con los desmovilizados de las Farc, que lo llevó a hacer la calumniosa afirmación de que en La Habana se está negociando la estructura de las Fuerzas Armadas, sirvió de pretexto para que Santos le cantara una que otra verdad, empezando por recordarle que el responsable de la paz es él y no el procurador, pero también para extenderle de nuevo invitación a sentarse a dialogar para cambiar de mentalidad.
Ya Ordóñez anunció que en esta ocasión sí acepta la invitación que le ha sido formulada, y creo que a Santos le pesará esa ocurrencia, como le tiene que haber pesado la traición de Sandra Morelli y Ruth Stella Correa, gestoras desde el Gobierno de la campaña que hizo posible la reelección del procurador, entre otras cosas tan tramposa como la de sus aliados Ricaurte y Munar, que ya cayeron pulverizadas. A propósito, ¿por qué tarda tanto el Consejo de Estado en decidir la nulidad de la elección de Ordóñez? Me resisto a creer que los agradecidos aliados del poderoso procurador hayan logrado el milagro de volver legal lo ilegal.
El cambio de mentalidad que con más ingenuidad que razón promueve Santos entre los testarudos enemigos de la paz es un imposible dialéctico y moral. En efecto, lo que expresó Ordóñez a propósito de la eventual creación de los gendarmes rurales demostró no sólo su ignorancia supina de la historia de Colombia, sino que personas como él jamás estarán dispuestas a nada distinto de que el problema se resuelva a bala. Por eso el procurador en forma atrevida usa su investidura para arrogarse la representación de todos los colombianos y sostener el disparate de que no es posible ni siquiera pensar en que la insurgencia llegue a participar de esa alternativa de los gendarmes del campo, porque eso sería entregarles la seguridad a los victimarios y no a las víctimas, las que por cierto no han merecido atención de la Procuraduría.
Y es allí donde a Ordóñez le conviene acercarse a la historia reciente y enterarse de que soluciones semejantes a la lejana propuesta de hoy se han ensayado en el país, sin que a ningún troglodita se le haya ocurrido decir que los victimarios tomaron el control de las armas del Estado. Por ejemplo, cuando la desmovilización del M-19, varios de sus miembros ingresaron a organismos de seguridad para conformar los esquemas de protección de los jefes de ese movimiento. Eso funcionó a pesar de las desconfianzas obvias y las dificultades explicables. Y antes, en los años 50, cuando la desmovilización de las guerrillas liberales del Llano que intentó el dictador Rojas Pinilla, muchos de los miembros de esas tropas se sumaron a la creación del DAS rural que tanta paz y reconciliación alcanzó a generar hasta cuando la intransigencia política lo permitió. Y si el experimento dio resultados, no hay razón para desecharlo ahora de un plumazo, sólo porque al grupo liderado por Ordóñez le parezca absurdo.
Nada hará —ni siquiera la voz de apoyo del papa Francisco al proceso de paz— que Ordóñez y el grupo político que él lidera en la sombra cambien de mentalidad para que una vez se firme la paz a las gentes de las Farc los sigan tratando como enemigos o victimarios. Por haberlo hecho así hace 60 años estamos en guerra.
La paz hay que hacerla no sólo en contra de Uribe, Zuluaga, Ordóñez y de todo aquel que se atraviese, sino a pesar de ellos. Ya en el posconflicto, cuando los hechos demuestren que no hubo hecatombe al firmar la paz, esos energúmenos de hoy como los buenos oportunistas que son, sabrán acomodarse. Mientras tanto el presidente debería recordar que “el tiempo perdido los Santos lo lloran”.
Adenda. El informe de Human Right Watch sobre Colombia que tanto irritó al ministro de Defensa es serio, contundente y verosímil.
